martes, 8 de agosto de 2023

las perlas

 Viaje con señales a la cala de las ostras. Juan me avisó a la una y cinco que ya estaba en la plaza de Ibrahim. En un reloj de agujas la una y cinco forma el dibujo de una V. No totalmente helvética porque una de las agujas, ya tú sabes, es más corta que la otra. Esta señal no sé interpretarla por el momento. 

La segunda señal nos la dio un descuido de Juan, que no sé cómo metió el coche en la estación de autobuses en la ciudad de la cota 800, como la llama su amigo el escritor hegeliano que hoy han ascendido en El Día. Lo sacaron del pelotón de columnistas y lo pusieron destacado en la importante página 5. (Observo que el día de hoy está marcado por el V; en el tarot El Papa, la otra cara de El Diablo, arcano XV.)

La tercera señal fue el descenso a la gruta donde dejamos el rodante. Delante de nosotros descendió en automóvil rojo una diosa griega. Juan la confundió con una guiri. No le dije nada, a la diosa, porque en la penumbra de la gruta no supe si era Atenea, Afrodita o Hera. Juan, que aturdido aparcando solo se fijó en la guiri y no reconoció a una de las diosas que vio en Grecia, tampoco le dijo nada. 

Por otro boquete de la gruta ascendimos a la superficie de la ciudad y fuimos a la cala de las ostras. Buceamos. Sacamos tres cada uno. Ninguna guardaba una perla. Ni negra ni blanca. Pedí llevarme las conchas. Me llevé el nácar de las conchas. Juan se sorprendió. Lo nunca visto. Me dice que quiere comprar la novela de Belén. Me veo otra vez de intermediario. de intermediario, y sin perla. Ni de la vendedora ni de la compradora. Esta vez el comprador es Juan. Le digo el precio del ejemplar. 15 euros. Mi madre, El Diablo. 

La ostras míticas y místicas pero el mantecado, en el postre, no pegó. Sabroso pero apagó la energía de la perla negra. Me acuerdo que pasamos por delante de una herrería y me acordé del dios herrero, el dios cojo y feo que vio Juan en Eleusis. O el dios a él y no lo dejó ver esa vez el ojo de la gruta donde aparecía Atenea, a la que quiso violar el dios cojo... El libro de Juan me trabó. Ahora pienso en griego.

Siesta pesada por culpa del mantecado. Me recupero y viene Nicolás, Le presto una pala y una plana. Me enseña un chiste en el móvil a raíz de una noticia que dice que el gasto farmacéutico en potenciar la virilidad es no sé cuánto más que el que dedican al alzheimer. La conclusión es que en el futuro los viejos estarán calientes pero no se acordarán para qué sirve eso.  Nicolás cambia de tema. --Lo del hotel pago me tiene alucinando. --Estuvo en un hotel del Sur con comidas variopintas, bebida libre, y se estremece cada vez que recuerda sus días en el hotel.

--Me encanta cuando te pones a pintar a oscuras --me dice, irónico. 

No entiende que esté pintando solo con la poca luz de la bombilla del techo. Aún hay sol en la calle. Cae la tarde.  

Suena el móvil. 

--La voz de un cuerpo amado --dice el dios cojo... ¡¿cómo se llamaba, Juan!? Lo tengo en la punta de la lengua y creo que se me está entrando en mí. Que soy él. La antípoda de Apolo. A lo mejor me caso con Afrodita. aunque... bueno, ESO está en tu viaje. 



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