Oigo hablar del trastorno de la conducta. Casi toda mi vida la he vivido trastornado. Cuando fui bibliotecario del Hogar Católico (un cuarto pequeño con un feo aparador con tres filas de libros. Ni los miré). Lo primero que hice, con el dinero del Hogar, fui a la librería de la calle 18 de Julio y compré un libro que elogiaba a Lutero. Me cesaron. Iba a contar lo de otro que hice para los anarquistas de Gijón, pero lo dejo para otro momento.
Me tomo un ibuprofeno después de que milagrosamente la rodilla haya mejorado y temo que es peor.
Si algo sana por sí mismo no hay que acentuar el remedio. Puede que esto quiera decir que si una vela te alumbra no hay que buscar una bombilla. Se puede decir que sí, si quieres ver lo que la vela no alumbra. Se puede. Todo esto es un lío mental. La mente es un laberinto. Hay que volver a la tierra, a lo tangible, a los caminos conocidos: tu calle, tu entorno y tu gente.
Mis calles han sido varias. Agradables unas, amorfas otras. La de ahora no está mal. Le falta un poco de calor. Comienza mayo. Con el calor me conformo. A veces la casa es un refugio y a veces una encerrona. Que mayo no me coja como al triste prisionero ni como al certero ballestero matando al pájaro. Hay que dejarlo vivir. Vida sin pájaros es mal sin remedio. El pájaro es lo primero que buscó la bestia de La gesta cuando accedió a Santa Cruz. Santa Cruz aún no ha querido asimilar esa novela donde la Historia se come a su hijo, el gran general. Ya hablaré más de La gesta, si el azar es favorable y los espiqueros del Sur invitan por fin a Juan a una charla histórica en el cuartel de Almeyda.
De otro episodio distinto me habla Ramón. El de Hernán Cortés y la Melinche. Dice que los mexicanos consideran a la india una traidora a su pueblo. No sé a qué pueblo se refiere, si a los naturales aliados con el español o a los incas que se enfrentaron al conquistador y a las tribus que se unieron a Hernán Cortés. Veo un reportaje sobre el caso. La esclava que se convirtió en mujer principal, la mata hari de Hernán Cortés. Como Rasputín en Rusia.
El emperador Maximiliano quiso hacerse principal, pero Juárez no lo consideró necesario, y las lágrimas de Carlota fueron vanas en Roma y en París.
Y lo dejo aquí.
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