miércoles, 24 de marzo de 2010

a los amigos de La Puerta

Buen programa, según el oyente. Yo también lo creo así, aunque eché de menos a los fugados. Uno se acostumbra al saber decir de los amigos. En fin, disentir y respetar al mismo tiempo es un logro. Además, para mí la radio ejerce también de escuela. Cada martes salgo de la emisora y de los bares circundantes con la sensación de haber ampliado mis ideas y mi visión de las cosas. Y de pasarlo bien con gente a la que, aparte de respeto, siempre necesario, les tengo gran afecto. Gracias a ellos el Bosque de Tijuana navega a buen ritmo.

1 comentario:

Ramón Herar dijo...

SVANKMAYER, a 24-3-2010
Después de despedirnos de Lizundia y Charlin, Jesús y yo continuamos hablando de trascendencias en la literatura. El origen de la conversación estuvo en el “Bosque de Tijuana”, pero también en el planteamiento de Jesús publicado en este propio blog sobre los poetas canarios. Jesús es un descreído de la vocación trascendental de los escritores, asimilándola a egoísmos, petulancias y demás imposturas. A pesar de todo, yo no le voy a la zaga en eso, es más, estamos de acuerdo en que ese tipo de proposiciones entorpecen más que benefician a la creatividad y a la persona. El que se arrima a la literatura buscando esa clase de protagonismos, muy probablemente encontrará más frustraciones y amarguras que fuegos artificiales y adulamientos varios. Quien se sienta encumbrado por algún éxito coyuntural, más de lo mismo. Quien se sienta mensajero de no sé qué don o mesías de no sé qué palabra divina, tampoco le auguro futuro mejor. Y me acuerdo ahora de aquella frase nietzscheana: "Hay espíritus que enturbian sus aguas para hacerlas parecer profundas" para aludir a la conveniencia de tomar las cosas con la mayor naturalidad, sin llegar al extremo de la física aristotélica de los lugares naturales, que no existen, sino más bien para convertirnos al newtonismo, y que todo acabe cayendo por su propio peso. En consonancia, defendemos la literaturización de los hechos cotidianos y las pequeñas historias, más que las narrativas ampulosas y grandilocuentes, convencidos de que los acontecimientos aparentemente intrascendentes, incluso las pequeñas envidias, las autocomplacencias e hipocresías de a diario, nos llevan a sabidurías y afanes de superación, disculpas para hablar de lo primordial, de lo que nos atañe a todos, y los encantos del placer sencillo, y los encuentros del azar, y los absurdos del mundo, y el asombro por las cosas insospechadas. Ya no sé si me sigues, Jesús, pero sigo encontrando en todo eso una voluntad de trascender, un querer decir algo más que lo que se describe, un inconformismo del mero acontecer, un rescate de lo que no se le da importancia, un aparente dejarse llevar para terminar por no ser arrastrado.
En esas cosas estábamos en el Aurora, a la espera de Svankmayer, pero finalmente decidiste seguir para San Andrés, perdiéndote una versión de “Alicia en el país de las maravillas” genial; delirante, metamórfica, sinestésica y con el mejor humor del mundo, el del placer del juego la imaginación por el juego y la imaginación mismos. Después, otra dosis de idéntica sustancia para abordar el universo de los juegos de la infancia, con el corto “Jabberwocky”. Acojonante. El ciclo sobre este autor sigue hasta el viernes en los Renoir, y se los recomiendo.