domingo, 7 de noviembre de 2010

notas de sociedad

Esta mañana vi a Jaime en el Monterrey, un hombre de carácter exultante y con un apreciable historial de lucha revolucionaria leninista, desde que tenía nueve años de edad, según me contó. Su obra, aún inédita, que defiende la unión política de la zona makaronésica, me ha puesto en contacto con un pensamiento sólido y vitalizante, al margen de que esté uno de acuerdo o no con sus ideas. Ahora se propone fabricar un libro sobre el vacío, un tema que hoy me es aún más atractivo (la reciente entrada del Bosque Quemado donde Ramón habla de los agujeros negros le sugiero que podría ser un texto a tener en cuenta). En otros tiempos, Jaime, qué coincidencias, hizo un extenso trabajo antropólogico cuya única copia se la quedó, según su testimonio, uno de los escritores que adornaron la sala de TEA el otro día, cuando la presentación de Los días prometidos a la muerte.
Entre el atento y elegante público, numerosas amapolas, rojas y blancas, de la aristocracia de las letras (si tal aristocracia se mide por la calidad de las obras), entre ellos un antólogo a quien Javier (el autor de Los días ...) hizo oír, aunque se hizo el sordo, que se permitió la gracia de censurar traidora y ostensiblemente un cuento... Acompañamos a Javier en la mesa Anghel Morales y este donjuán a su pesar. Una vez llegado el refrigerio (con imaginadas copas de vino y pinchos morunos aromatizando el espacio de las artes), me abordó una dama, exquisitamente perfumada, bellamente vestida, atractiva y buena habladora y que me regaló una tarjeta con su dirrección postal y número de móvil. Poco más tarde, estuve con ella y con mis envidiosos amigos Ramón, Marcelino y Orlando en la terraza frente al Guimerá. El poeta desplegó su mejor voz de soprano y su más ágil ingenio con el fin de cambiar de rumbo la afinidad electiva de la dama, quien me escogió como oyente de su historia personal, a pesar de los trinos y los versos que el poeta regalaba a la noche. No la acompañé a un salón de baile, donde hay danza los sábados hasta altas horas del domingo, porque a mi historia personal le queda aún un lastre de importancia personal, y por lo menos estando sobrio, no me agrada hacer el ridículo e intentar lo que no sé.
--Chito --llama mi padre--, ve a comprar El Día.
--No te da igual el Diario de Avisos --le sugiero.
--Que coño Diario de Avisos... tú compra El Día.
En fin, espero que no esté Domitila en un banco de la plazoleta y me encargue otro mandado. Le hice uno el otro día, y ya queda pòco para que se adicte y me haga tomarlo como obligación.
Pues eso,

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