jueves, 16 de diciembre de 2010
correcciones
J estuvo hoy por aquí, enseñándome a hacer un potage. "No has corregido casi nada", dijo. Si no fuese buena gente, le hubiera cortado el cuello. 50 páginas no son nada, según él, a tres horas por página. Compromiso fácil, sufrimiento largo. Más potable las aventuras que me contaba de cuando estuvo encerrado en un confesionario de la catedral, y hundió en piche la figura del adelantado, o cuando pintaba por ahí con sprays frabricados por él con botellas de cerveza. "Cubillo me llamaba el pintor, y eso me cabreaba". No, lo que me dio a corregir es el desarrollo de una idea política con páginas político filosóficas jeroglíficas. Ay, J, y ni siquiera fue conmigo ayer a Icod a arreglar la gotera del techo. Para descansar de ese calvario, corrijo lo propio. Una novelita que recuperé, de tiempos antiguos, de hace unos veinte años. Semana Negra y Festival de Cine de Gijón en el telón de fondo. La música deleitaría incluso a Víctor, si no fuese por las palabras cochinas, música wagneriana. Pero no sé si un autor ha odiado nunca tanto a su protagonista. Qué falta de escrúpulos, qué maldad, que inhumanidad. No rompo la novela porque la música la salva. Si no. Hace tiempo que quiero dejar de escribir y ponerme a pintar o a nada. Hacer algo más bondadoso, con más aire, más alejado del ruido y la furia y etc. La alternativa al farragoso arte de la palabra es el silencio. El silencio real. La no palabra. Algún día, tal vez cuando ya no haya otro remedio que el silencio.
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