lunes, 17 de octubre de 2011

el precio de la felicidad

Agustín Pacheco, insistente, se quedó con el único ejemplar que me quedaba de El pintor asesino. Fue en la última presentación en la Mac, de la que eludo hablar para no meterme en profecías. Hace tiempo que perdí el oficio de profeta. A los que sólo piden aplausos, que les besen las manos y proclamemos lo lindos que son, leche cacharro es lo que merecen. Esto de opinar, como Martín Fierro --aunque sin guitarra--, no reporta sino disgustos. Hablar de las gente que admiras, y basta. Los que no despiertan un grado de admiración absoluto, mejor borrarlos de las evidentes líneas. Con El pintor perdí varios amigos, por esa tontería de Chistowski obligándome a usar nombres reales, como más auténticos y verdaderos. Y una mierda. Invéntalo todo y déjate de realidades. El hombre pobre no puede permitirse el lujo o la inconveniencia de decir lo que piensa. Y el sabio piensa lo que dice. Así que no seas quevedo y calla cuando la ajenitud cruce el índice sobre los labios.
Hasta ahora manejaba la hipótesis de que Gómez Charlín --otro que sólo quiere aplausos-- tenía el mismo defecto que yo: hacedor de páginas que valieron la pena que estén ahí, pero junto con otras que son pajas donde ninguna aguja se ha perdido. Cambiaré de parecer a partir de ahora y celebraré como genial e impecable la nueva novela, con portada de Ramón Herar, que Charlín al parecer ya tiene en imprenta.
En fin, el sábado me puse las botas de siete leguas --estupendo regalo de un amigo del que puedo, sin ironías, hablar con calidad-- y me fui a una celebración en un hotel del territorio mítico de José María Lizundia. Me invitaba Sila, una mujer estupenda y guapa que merece capítulo aparte. Estos actos de hoteles elegantes tienen algo de color pastel, aroma de nardos y noches de jacuzzi. Acostumbrado a los bares canallas, el contraste es de agradecer. Después regresa uno a la vulgaridad con renovado coraje. La celebración estuvo muy bien, y no me extiendo sobre la chica que hizo la danza del vientre porque entonces no pienso en otra cosa. Incluso los contrastes fatídicos. Una psicóloga que predicó contra la depresión, que si estabas deprimido, te dejaba absolutamente amargado. Y otra chisgaraví, locuela, que poco menos que terminó aconsejando a todas las mujeres que estaban allí dentro que se dejaran de formalidades y fueran más rameras y ejercieran el oficio por amor al arte, como los poetas. Habló también de la física cuántica. Hace tiempo que la física cuántica está en manos del sexo femenino.
Con Sila y Cruci y Fernando, etc., luego estuvimos de cena. Grato conocer a Fernando, un negro blanco, rubio pero pelado a menos de cero, peluquero. Grata e inteligente persona. Agradable, humorado y afectuoso, con zapatos de cuatrocientos euros y la ropa no me quedé con las marcas. De marcas y ropas, me estuvo hablando el chófer cuando íbamos pal sur. No le robaré sus episodios. Espero que él mismo lo cuente. Y gracias, Sila. Fue una noche inolvidable. En el viaje de regreso, perdí de nuevo el móvil. Quizá un pago, el precio de la felicidad.

4 comentarios:

el escritor escondido dijo...

"Si no es para alabar, mejor callar". Escrivá de Balaguer, no es santo de mi devoción,pero qué razón tenía.

Jesús Castellano dijo...

Mejor callar, amigo Manzano. Mejor pintar.

María Melo Montesinos dijo...

Vaya, Vaya sr.Jesús Castellano.
Me ha dejado con la boca abierta, ja, ja. No sabía yo que aparte de pintar le diera usted también a la pluma de escribir!!!!
Porque no organizamos otra cenita como la del sábado y nos deleita usted con esa maravillosa imaginación.
Saludos.
María Melo

Jesús Castellano dijo...

Sra, Melo, en todo eso un simple aficionado, un burrito que a veces acierta por casualidad, pero me gustaría volver a cenar con vos, y más gente, claro. Nos veremos.