viernes, 14 de febrero de 2020

Ya no me emociono especialmente con nada. Ni con lo mío ni con lo ajeno. La avería del cuerpo me curó la avería del alma. Un clavo saca otro clavo. No me emociono pero es grato ver a un amigo. Cuando digo amigo en esto de escritores y demás animales artísticos, es porque admiro su obra, la admiro y aprendo. Me es difícil ser amigo de un escritor, en el sentido que dio Séneca a la amistad, si su obra no me es grata o me es indiferente. De haber coincidido en espacio y tiempo, hubiera sido buen amigo de Kafka, de Rulfo, de Mishima o de Borges. Pero el tiempo y espacio que me tocó es otro.  No está Kafka pero está JRamallo. No está Mishima pero está Juan Royo. No está Borges pero está Eduardo García Rojas.

De estos dos autores, y de Belén Valiente, hablé hoy con Jordi en la escalinata de Ibrahim.

Y de la construcción de su casa en Los Realejos. Un hombre que construye su casa para mí es más admirable que un hombre que construye una obra literaria, aunque la obra se llame Nuestra señora de París o El marino que perdió la gracia del mar.

Hablamos también de política, y del compromiso o no de un escritor.

Y de lo que mi amigo se trae entre manos. Pequeñas obras artesanales con portadas de el Coyote.

Me interesó especialmente lo que está haciendo con la novela que nos fue fabricando en su muro de facebook. Una novela con garra y ritmo.

Hay un episodio que cuando lo leí me recordó los efectos del tartaguero, la infusión (peligrosa) de semillas. Esto en Ibrahim.

Pero ahora recuerdo que no estoy en la isla de Tenerife. Pham ha dejado de tocar las cuerdas. El leopardo ruge y los cochinos regresan, cautelosos, a sus goros.

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