domingo, 26 de enero de 2020

Es un lugar común los autores que dicen que su libro es como un hijo. La autora que me habla de su novela, que está fabricando en este momento, está en un estado de trance. ¿Me pregunta si se estará volviendo loca? Seguramente. Escribir una novela, cuando es tu vida la que la inspira, es también remover un pozo negro.
Hoy vinieron obreros que llegaron en una camioneta y limpiaron el pozo negro que está por un lado de la casa. Con unas palancas abrieron la tapa que lo cubre y con mangueras absorbieron la mierda de dentro. Y el gas que origina. Sospecho que aprovechan el gas en sus industrias y la mierda la convierten en abono de las huertas, en los poblados circundantes. Cuando marcharon, Pham volvió a tocar el instrumento de cuerdas. Esta vez no tuve una visión de otro tiempo, sino que me vi en otro espacio. Entrando en mi casa de La Maldad. La cafetera estaba al fuego. Apagué el fuego. La ropa estaba lavada dentro de la lavadora. La tendí. Bajé a la sala, la mesa desordenada y hormigas trasportando restos de galletas. Encendí el ordenador y mi amiga virtual me hablaba de la novela que está engendrando. Dejé de oír la música de Pham. Volví a la realidad. Ella había dejado de tocar. Me asió de una mano y me llevó a la cocina. Comprendí que quería enseñarme a cocinar.
Habló en su idioma. Yo entendí en español:
--No está bien que estés todo el día mirando el horizonte.

No hay comentarios: