jueves, 9 de enero de 2020

Hoy volvió a llamar Siao-Ling para arreglar el padrón. No importa,eso lo hablo con Juan Roco, le dije. (Juan Roco en Barrio Chino es uno de los putos que se reúnen en el Acapulco, bar de San Andrés, el abogado de todos ellos.) Esa pelma del padrón ya me empieza a sonar a voz matraquilla del volador, su marido. Juan Roco dijo una vez que Wang era el espíritu de la pesadez, un hombre codicioso que quiere más más más, siempre más, y su mujer no es sino una marioneta que lo obedece y lo complace. Este detalle no está en el borrador de Barrio Chino. Lo descubro ahora. En la novela Siao-Ling es la buena mujer del ogro que protege a Pulgarcito. Sí, lo protege, le hace la cama, lo alimenta, y cuando el pequeño está a punto, a la sartén. La realidad supera la ficción. Pero sin la ficción no se puede ver la realidad.

La ficción no explica, solo cuenta. Su misión es contar. El cuento puede llegar a lectores que crean saber la explicación. No existe tal explicación, es la monomanía mental quien la provoca.

--Esa cuidadora que no vigiló a la niña tenían que meterla en la cárcel, seguramente una dominicana, como aquella que mató al niño y está en prisión revisable, no cabe en la cabeza que esté cuidando a la niña y se vaya al baño --uno en la escalinata de Ibrahim esta tarde.
Le discutí pero su obstinación, el tener las cosas claras, no permite que nadie se las oscurezca. Mejor dejarlo.
--Tendría ganas de cagar.
--Y si la niña se cae?
--Pero no se cayó. Eso es lo importante.
--Lo importante es que tienen que meterla en la cárcel, porque eso yo no lo comprendo ni lo entiendo, dejar sola a la niña... --gritó.
Callé.

El lector y el personaje pueden ser el mismo. El narrador tiene que estar al margen. Que discutan ellos.

Y ya pensé mucho. Pensar perjudica la salud. La rodilla. Lo dejo así.


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