domingo, 12 de enero de 2020

... la vida...

Vierto una gota de lejía en el cubil de dar del cuerpo, sobre la mancha canela. El agua es un disolvente lento; la lejía es un disolvente rápido (pienso). Me convence más el agua. Lo lento va más lejos. La lentitud es esencial para subir una montaña.

Anoche dejé abierta la ventana que da a la calle. No pasé frío acostado en el sillón. Dormí bien. Tuve un sueño en el que salían Alberto Ámez y su primera mujer bien relacionados, con alegría. Nada que ver con una traición en lejanos tiempos en Gijón. Él había hecho la portada de Lunula. Había un burro en primer plano y detrás un paisaje del occidente de Asturias. Alberto se conmovió como mi visión del burro como animal sagrado (visión seguramente influida por una larga oda al burro de Agustín García Calvo). Mi compañera de cama y de cocina entonces vio la posible portada y la puso verde. La desautorizó. Ella también era artista, hacía instalaciones y cuadros, y su parecer tenía un efecto canónigo sobre mí, y coincidió que la primera mujer de Alberto (entonces ex), a quien yo miraba con buenos ojos, me mostró otra posible portada: una novia (ella misma) haciendo el pino, con el vestido caído y sin bragas. El coño al aire. Me olvidé del burro y elegí el pájaro. (Alberto no me lo perdonó. No sé si conservará un cuadro sobre madera que le cambié por uno suyo. El mío era un burro marcando las cuatro zonas del mundo. No era mal cuadro. Incluso estaba mejor que su burro pastoril para la portada de la revista.) Mejor una novia diabólica. La primera mujer de AA era (y es) artista conceptual. Es posible que su portada tenga que ver con El Gran Vidrio: la novia y los nueve solteros.
El fondo de la foto es un utensilio de gimnasio, y sustituye a la máquina de hacer chocolate en el cuadro de Duchamp. Si me pongo a retorcer las ideas, en su foto el coño invertido es el ojo de Dios. Mejor no sigo.

Cada vez que paso por la cocina me da algo horrendo ver la cocinilla. La sartén pequeña con aceite viejo, la sartén grande con capa de revuelto de arroz con huevo, el caldero pequeño con restos de papas guisadas, la cocinilla cubierta por una gran capa de cous cous, dejando libre el hornillo pequeño donde caliento el café. Hoy creo que toca limpieza de cocina. Antes tengo que subir la escalera de caracol y volver a poner la lavadora.
Ordenar un poco esta mesa de comer, escribir y leer no está de más. Y subir al dormitorio a bajar unos tenís.
Un cuento que leo ahora en pantalla es El perseguidor. El protagonista está como yo, acostándose en un sillón destartalado, obsesionado con los misterios del tiempo, pero en el cuento el saxofonista está viviendo, como se puede, con una mujer enamorada que le hace el té y llama al médico y hay otra, una marquesa, que le facilita la marihuana.
Ayer llamó mi hermana. Me dijo que me tiene dos almanaques para mí. Me alegré. No vivo tranquilo sin un almanaque a la vista. Y va ella a la farmacia. Bien. Me dice que tuvo escalofríos y que se echó a dormir y durmió tres horas. El sueño cura, es evidente. Pero con lentitud. Medicina lenta.
Lo que no es medicina es levantarse y lo primero fumar. Echarse un cigarro. El sillón incluso con la ventana abierta entrando el aire me deja grogui. Fumo el cigarro. Como quien toma una medicina. Con el café, el cuerpo sale del letargo. Y entonces pienso en la música. El paño desalojando el cous cous de la cocinilla, el estropajo en el plato bajo el chorro del fregadero, la cisterna del water...


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