viernes, 10 de enero de 2020

--Voy a tener que decirle a mi hermana que me vaya a la farmacia la semana que viene.
--Lo más natural es que tu hermana... --me dice Nico, el vecino.
--Sí, supongo que sí.
Y lo que me intriga no sé qué misterio tiene pero el carnet tengo que ponerlo al día. Supongo que no corre prisa. Saldré de este estado. Supongo. A veces siento, cuando estoy dormido, que estoy atrapado en el sueño, que no puedo salir del sueño y despertar. Yo quiero pero es imposible. El esfuerzo para conseguirlo es grande. Hoy una fuerza invisible apartó el sueño sobre mi cuerpo y pude despertar sin agobio. Yo vi unas manos que apartaban el sueño y me pude despertar.
Nada de bajar a la farmacia. Ni de subir la escalera del patio a poner ropa en la lavadora, toda junta. Arroz a la cubana hice con el último plátano de la manilla que me trajo Marcelino. También está averiado. Lo operaron. Lo de ir a Lanzarote tendrá que esperar.
Mantener un grado la limpieza es ahora la batalla.
La cocinilla parece una obra plástica de arte gore. Lo demás no digo.
El cenicero se llena demasiado. El frío no deja abrir la ventana. Me acuerdo de las novelas de Samuel Beckett, seres miserables haciendo cosas miserables. Fueron mis primeras lecturas de juventud. Pasé de leer colorines a leer al irlandés, esas novelas. Podría imitarlo. El estilo era seco. Los argumentos eran como levantar tapas de alcantarillas y enfocar con una linterna. Novelas de desventuras sin lágrimas.

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