martes, 21 de enero de 2020

Todo ha sucedido demasiado rápido. Cuando me propusieron el plan, no lo dudé un segundo. Dormí una noche en Bangkok y por la mañana un 4x4, kilómetros y kilómetros, nos trajo hasta esta casa sobre la orilla del río Ping, en un recodo sereno y claro en esta hora. Del viaje no puedo contar mucho porque casi todo el tiempo lo hice durmiendo; alguna vez mi esposa quiso que despertase para ver algo significativo, pero desistió. Comprendió que el calor de sus muslos era mejor para mi cabeza que estar viendo maravillas de Tailandia.

La elegí entre nueve aspirantes, por el tacto, el olor y el oído. Huele a bambú, tiene su piel la dureza amable del bambú y su voz es brisa o viento entre las cañas. Había otra que olía aún a leche materna recién salida del pezón. De no ser un hombre que ya va para menos, quizá en mi locura la hubiese elegido. En fin, no soy joven y cuando lo fui... ¿cuándo fui yo joven? Sí, en la isla de Tenerife. ¿Qué lejos está la isla de Tenerife? ¿Qué será de Juan Royo, el autor que aquella noche en el japonés inocentemente señaló mi destino? Recuerdo que aquella noche también se habló de whisky irlandés.

¿Qué será de Siao Ling? Anoche soñé con ella. Recuerdo del sueño que estaba en relación sexual con una amiga de mi edad en la calle, en una zona oscura pero incómoda, y la amiga me dijo de ir a mi casa y hacerlo como es debido. Mi casa era un edificio de anchos pasillos, dos pisos, sin habitaciones ni muebles. Siao Ling se ponía bien puesta en relación con el monotema conflictivo que vamos arrastrando como pesada piedra. La llamé mentirosa. Luego le sugerí a mi amiga que mejor fuésemos a su casa. Y ahí desperté.

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