jueves, 16 de enero de 2020

No sé si vale más ser pobre mantenido por monjas de un convento o ricacho con sirvientes a sus órdenes. A no ser que el diablo se meta en el cuento, la del pobre es una relación de caridad: las monjas son dadivosas, generosas y complacientes con el pobre que les mandó Dios. En el caso del ricacho, muy de hadas tendría que ser el cuento  para que la relación con todos sus sirvientes fueran óptimas. En el otro caso, es verdad que la cuerda podría enredarse porque hay monjas envidiosas de celos que no curan oraciones ni ayunos.
Yo no soy rico pero a dios gracias... . Pero necesito un sirviente. Digamos que lo puedo pagar. Un sirviente factótum. Que sepa cocinar, gestionar y limpiar. Por no pagar nada, sin embargo, había decidido ser yo mi propio sirviente. No me es ajeno ese oficio. Cuando ejercí de negro por ejemplo, haciendo o arreglando textos a otros. Me agradaba el trabajo. Cobraba y a otra cosa.

Ideas. Ideas. Etéreas y cojas ideas. De niño hice de cojo pedigüeño en una actuación para recaudar dinero. Ideas más sobre la tierra las que hay en los melodramas en blanco y negro. El misterio y el conflicto se cruzan en el drama. En uno que se titula La Posesión el conflicto lo provoca un terrateniente que, con artimañas judiciales, le roba una tierra a otro.  A lo largo de la película se cumple eso que llaman la ley de la vida: quien la hace la paga.
De La posesión me extrañó que los subtítulos (película en claro español subtitulada en español) señalaban también los sonidos: gente hablando... caballo caminando... sonido de campanas... cura hablando en latín... música suave... Toda la película así. Al principio me estorbaba, pero luego me hizo pensar. Más ideas. Oír más los ruidos circundantes y menos los paliques de los humanos. A no ser que el cuento sea de Juan Royo en el japonés. Título: Tailandia.

Ya muchas líneas por hoy. Si doy con el hilo de misterio, diré el cuento de Juan ayer en el japonés. Deliciosa cena.

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