En algunos relatos, embriones de novelas, quedó tinta en el tintero y el narrador ejerció la censura. Por ejemplo, la de los poderosos que imponen a sus trabajadores el arte de no molestar. No llega nunca a burlarse de la censura, aunque fuera acatando sus designios, sus reglas. El pensamiento, nunca expresado en voz alta, es el único recurso de libertad que tiene, y lo demás es callar y evitar problemas. En cuanto al estilo, hay que destacar que personajes y paisajes (naturales y civilizados) son solubles unos en los otros. El ruido de la ciudad y la música de la naturaleza marcan el estilo de Alberto Linares. Su prosa es criatura épica. La batalla por lograr lo que se quiere está en todos los cuentos. Plazas, pasadizos, veredas... no son reflejos del narrador, sino que es el narrador el reflejo del mundo que lo rodea. Moverse obliga a conocer ese mundo, es decir, a conocerse uno a sí mismo.
El libro tiene dos diosas que tienen a su servicio hombres aliados o serviles. Una es la Americana, en el sexto cuento. Una mujer de poder, una cacique bella y dominadora, una Diana cazadora rodeada de perros y hombres a los que alimenta con arvejas compuestas. La otra es bella también pero con un poder más limitado, solo tiene a su servicio a un engreído masoquista al que ella trata como a un muñeco obediente.
Una obsesión del narrador --todos los relatos tienen un único narrador-- es caer en la ignominia de contar mal la historia. En un cuento dice que no le importa que lo llamen golfo, pero sí un mal escritor. Ser golfo no ofrece ninguna notoriedad en un mundo de canallas. Ahí lo único necesario es saber lo que manda la ley y saber manipularlo para provecho propio. Como hace incluso el mantenido zángano con la mujer que lo peina, lo viste y juega con él como le da la gana. Y él contento, porque la puerta de jade lo deja pasar a un territorio reconfortante; gracias a ella ha dejado de ser un botadito de la calle.
Hay cuentos donde predomina el puro amor al arte, el buen amor, y otros en que lo importante es la guerra comercial. En unos reína el amor, por ejemplo a la música, y en otros la apasionada ambición por poseer el tesoro, poseer el botín. Ninguno está exento de una salvaje pulsión sexual.
Los cuentos pueden ser leídos como piezas de una amplia novela. De un narrador que lucha por vencer la censura, la social y la doméstica, y ser así por completo un escritor merecedor de lectores inteligentes. El narrador se nos muestra como un perro que sabe ladrar al pasado y morder el presente. Varias fuentes lo alimentan. Una es el recuerdo, el acordarse de las cosas que ya no existen, entre las que están los poetas Eugenio Millet y Elena del Castillo.
"Me molesta que me llamen mal escritor". ¿Qué es un mal escritor? Según un maestro, famoso en youtube, el buen escritor favorece el conocimiento de la realidad, que es lo que te lleva al oasis, no la fantasmagoría que te hace ver como real lo que no es, los dioses y las proclamas políticas, y que te empuja hacia el espejismo y el fracaso.
En este libro la realidad es la tumba, y la rumba el modo de afrontarla.
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