Hallé anoche una novela de Unamuno, Nada menos que todo un hombre, con prólogo del autor. Jibarizo, con malas intenciones, parte de ese prólogo:
--... esta obra es una lamentable equivocación de su autor. El capricho o la impaciencia han debido originarle esta novela o lo que fuere. No se sabe bien lo que se ha propuesto el autor. Diríase que, perturbado tal vez por malas lecturas y obsesionado por ciertos deseos, se ha propuesto ser extravagante, decir cosas raras y desahogar bilis y malos humores. Su novela es una mezcla absurda de bufonadas, chocarrerías y disparates. Quiere demostrar que todo hombre de altura es, por debajo, tonto de capirote. En esta novela no se sabe lo que se propone su autor. Su obra es el más insípido manjar, un manjar frío que no piensa más que con el pensamiento de todo el mundo. Sus personajes son muñecos que el autor pasea por el escenario. Del de Marina más vale no hablar; el autor no sabe hacer mujeres, no lo ha sabido nunca. Y poco hemos de decir del estilo. El autor carece del sentido de la lengua.
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Si lo que está abajo está arriba y lo que está a la izquierda está a la derecha, entonces el rechazo está en el elogio y en el elogio está el rechazo. En la envidia está la soberbia y en la virtud está el vicio. Así hasta completar todas las cartas del tarot. El de Marsella.
En los años adolescentes comencé a llevar la contraria al mundo. El idealismo hacía de mí lo que quería. Así fue como compré un libro de Lutero cuando me hicieron bibliotecario del Hogar Católico. Me quitaron del cargo. No comprendieron que hay que oír al enemigo, hasta darse cuenta que el enemigo dice las mismas tonterías que nosotros. Fenómeno del espejo.
En cuanto a la novela de Unamuno, se ve que la leí pero la olvidé. No sé de qué va. ¿Le hago una segunda lectura?