sábado, 22 de mayo de 2010

viaje de vuelta

Dejamos a los otros amigos en la tasca de la avenida 3 de Mayo, en S/C, y José Rivero, Anghel Morales y Jesús Castellano regresamos a San Andrés. Paseo nocturno en la voiture de Anghel, que maneja por Muelle Norte, Valleseco, La Ducal (antigua Pedrera), María Jimenez, Dique del Este, Plataforma Petrolífera, iluminada como la noche del baile en un cuento de hadas, en la bocana de la Dársena, y por fin llegada a San Andrés, tras la curva de la montaña del ojo, por fin mar abierto, añil nocturno. La voiture rodea el Castillo y Anghel se despide de nosotros frente al Monterrey. José sube a su casa y yo me quedo a seguir repostando en el bar. Carmita esta vez detrás de la barra. Anima su circular simpatía. Me siento al lado de Pedro, apagado, presuntamente consecuencias de las últimas quemazones. Leo el boletín de La Gatera, el segundo número, que Sonia Muñoz trajo desde el Sur. Los artículos de Ramón y de Lizundia. El de Ramón es una amena guía de los espacios musicales de aquellos laberintos sureños. El de Lizundia, una defensa (que comienza con un ataque a "nuestros literatos y difusores culturales") de la obra de José Rivero, más prolificamente expuesta en un próximo y esperado libro que ya está en manos de Anghel. En propio modo de ver, José Rivero Vivas es comparable con Jim Thompson o Boris Vian: estos autores tienen novelas contundentes, sin máculas, sin reparos, que nos reflejan, a nosotros, como individuos y como especie, pero otras quedan a mitad de camino o están metafisicamente destinadas, caso de Boris Vian, a opuesta clase de lector. En esto como en el vino, no se puede ser fanático. La sobriedad crítica es un grado. Sin embargo, no sé dónde está la funcionalidad y agilidad narrativa, "economía del lenguaje y estilo airoso", de la mayoría de los narradores que instituciones y corrientes de opinión quieren vendernos como ejemplares actuales de la canariense literature. Por no hablar de los poetas, ganado soporífero o retorcido donde se agradece la aparición de algún lobo. En fin, nada es verdad ni mentira, decía Campoamor, antecedente del poeta vasco... ¿cómo se llamaba? salió a relucir en una discusión en El Parra... vaya, ahora no me acuerdo. Me olvido del tema. Luis Moncada, en el Boletín Cultural de La Gatera, hace una semblanza de la poeta Blanca Varela...
--Ponme otro, Carmita.

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