jueves, 2 de diciembre de 2010

Sobre El bufón de los dioses

Fue Víctor Roncero quien sugirió invitar a Fernando Pérez Rodríguez a Tijuana el próximo martes. Espero que Ramón relate el ágape de la presentación del libro a la que no asistió, pero si al ágape junto a la plaza El príncipe, junto con Víctor. Lo siguiente es, más o menos, lo que leí la tarde de ayer en la Casa Elder, donde tuve el honor de presentar la novela, junto con Anghel Morales y el autor.

Arbitrariamente acordemos que el novelista reparte su inmensa y múltiple personalidad entre todos los personajes de su obra, a uno una parte y a otro otra. Si esto es así, nadie mejor para tomar como ejemplo, que Fernando Pérez Rodríguez, y en concreto, su opera prima El bufón de los dioses. Fernando, en esta obra, principalmente es un constructor de personajes. Cada uno tiene su peculiar sicología, y una historia personal que habla de ellos mismos y de quienes lo rodean, o lo han rodeado. El autor, como hemos convenido, se reparte en sus personajes: en los principales, en los secundarios y en los terciarios. Empecemos por estos últimos, los terciarios, los que ocupan un tamaño diminuto en el telón de fondo de la novela. Entre estos, el ejemplo más llamativo es uno a quien el autor llama El Guarapo, individuo marginal de Santa Cruz (esta ciudad moribunda desde que sus administradores políticos desolaron la calle Miraflores). El Guarapo vive en lo alto de una palmera, tocando el violín a la luna hasta que los vecinos se mosquean y llaman a la policía local, quienes basta que lo amenacen con avisar a los bomberos para que el hombre deje de dar la lata con el violín desafinado, quedándose sin más deseo de que alguien ate al cuello de una botella de ron el extremo de una cuerda cuyo otro extremo está en las manos de este borracho soberbio llamado El Guarapo, ejemplo glorioso de todos los que somos borrachos en esta triste ciudad. Y ahora pasemos a los personajes secundarios, cuyo especimen más palpable es un ex policía corrupto, hombre misógino que nos atrae por su falta de piedad, de conciencia cristiana, y de moral incluso kantiana, acompañado siempre por un perro atravesado que está hecho a su imagen y semejanza. Y otro personaje secundario: la madre del protagonista (Rafa), típica madre canaria, que merece que la entierren viva y cuyo hijo en sus manos se convierte en una piltrafa, en un fantoche engreído, en un machango maleducado, a menos que el pobre niño decida poner tierra por medio y dejar atrás miles de km a su p... (con perdón de Víctor Roncero) madre. Madres canarias aparecen varias en la novela, y a cual peor, con perdón de las madres canarias que estén aquí presentes entre el distinguido público. Es verdad, para consuelo de vosotras (perdón por el godismo), que nuestro autor las trata con una conmiseración y una ternura que, si leemos entre líneas, no merecen. En fin, hasta ahora hemos visto personajes terciarios, diminutos, que despiertan nuestra simpatía, junto a personajes de tamaño mediano, secundarios, que, a pesar de las críticas que podamos hacerles, despiertan nuestra compasión. Y ahora abordemos a los personajes principales, a los que están en primer plano. A unos los queremos bien, a otros no tan bien, y de otros nos alegramos, porque somos lectores malvados, de la suerte adversa en que caen, empujados por la ley de la vida, la justicia del destino. El caso más exigente de este destino adverso es el siquiatra o psicólogo Arturo, un escapado de La Argentina del Corralito, y que se abre camino ejerciendo de gurú entre las confiadamente estúpidas mujeres de esta ciudad de Santa Cruz, o del Santa Cruz que ficcionamente retrata nuestro autor. A este argentino Arturo, en mi lectura de la novela, lo he dejado, después de disfrutar de la admiración mujeril, olargando un desvariado discurso desde la fuente de la plaza Weyler, y posteriormente detenido por un policía local que anhela darse a valer a los ojos de su compañera policía femenina que lo acompaña. Mi lectura de la novela va por la página 326, y por lo pronto el dichoso argentino, curandero del alma de la mujer humana, yace en un calabozo de la comisaría. No sé lo que el autor le depara en las próximas páginas, pero por mí que se quede en el calabozo y que se convierta en santo, si es que puede.
No. He recordado mal. No está ahora en el calabozo. Su delito no es tan grave, así que lo han soltado y, en realidad, ahora está dando la lata, junto con el ex policía corrupto, a la puerta de un convento de clausura de La Laguna, intentando conectar con su novia Yaiza. Yaiza, ah Yaiza, heroína de la novela. Caballo trotador que le pone el punto de arcoiris. Una joven mujer desenvuelta, de buen ver, inteligente, con carácter, pero que sin embargo comete la torpeza de enamorara se ese argentino Arturo. Yo no he podido evitar enamorarme de Yaiza. La vemos en un carnaval, un típico carnaval de deseos desbocados, donde hasta las madres canarias olvidan su condición materna e intentan revivir su juventud de ansias carnales. Y luego vemos a Yaiza trabajando para un tal Zacarías, un personaje abyecto, ignominioso, baboso, deplorable, con una maldad que no llega a los tobillos de ese gran malvado que es el ex policía corrupto de esta novela. Y posteriormente vemos a Yaiza, a esta diosa del amor que ha estado esperando una cita junto al reloj de flores del parque, refugiada en un convento de clausura de La Laguna, un convento inexpugnable para el policía corrupto y para el policía Arturo. El motivo de que Yaiza se esconda en este convento hay que buscarlo en Rafa. Y con Rafa hemos llegado al protagonista de la novela.
En El bufón de los dioses no encontraremos Crimen y castigo, ni Guerra y paz, ni siquiera El túnel. No encontraremos aquí esas profundidades. Y tal vez nos alegremos de no encontrarlas. Porque a veces nos cansamos de que nos hablen de las profundas llamas del infierno y anhelamos quedarnos en la superficie de la vida. En esa superficie que relatan novelas antiguas como Madame Bovary o La regenta o Milagros de Cuba, novelas que no tratan de las profundidades sino que dan orden y concierto a la complicada superficie de la vida. El bufón de los dioses está en esta categoría de novela. Nos ayuda a ver lo obvio, lo que está junto a nosotros, al otro lado de la fachada inexpugnable, que también es la nuestra.
Fernando ha construido personajes, los ha dispuesto como piezas sobre un tablero de ajedrez, y los ha puesto a jugar, para irlos destrozando, hasta ahora, hasta el momento de la página 326. La verdad, la conclusión hasta ahora, es que el autor de este libro está loco. Desprecia tanto la cordura que es capaz de escribir un libro con una lógica aplastante y luego reírse de esa lógica.

1 comentario:

Anghel Morales García dijo...

CUANDO TE LO PROPONES ERES UN GENIO, DEBE SER QUE TENER A CAMPANILLA CERCA TE INSPIRA. GRACIAS POR TU AMISTAD Y DA GUSTO TRABAJAR CONTIGO.