domingo, 6 de septiembre de 2015

Ático 13 (entrega 1)

La cuenta atrás para mí comenzó a las doce de la noche de vísperas, cuando me acosté en la cama, aparté a un lado La ciencia de los números, un libro esotérico, apagué la lámpara y cerré los ojos. Normalmente me duermo mirando cuadros que aparecen cuando la oscuridad se ilumina. A veces colores. Paisajes en que entran personas. Mujeres desconocidas que me dicen ven y yo no voy porque don Juan (el de Castaneda) decía que hay que ver esa oscuridad pero cuando quien aparece te invita a ir con él, no digas nunca que sí o te perderás en otros mundos. Esta vez fue mujer bajando una escalera la que se me presentó, la del cuadro de Marcel Duchamp. No me dio tiempo de decir no porque la presencia astral de mi cuñado me extravió de la senda del sueño y volví a la vigilia.
Por la tarde noche, después de oir a Esther Ovejero, el hombre no sé si me dio una orden, un consejo o una patada en la nariz.
--Tú dédicate a escribir y deja la pintura.
Pensé que ya me estoy haciendo un hombre hecho y derecho, abandonando la juventud alocada y con el alma poniéndose en un sitio de poder. En ese momento no me afectó la falta de visión del pobre cuñado, haciendo cuadritos que alguno le sale bonito pero que no llega ni a la esquina. Sin embargo, si me afectó.
Volví a cerrar la luz. En la oscuridad de los ojos cerrados no apareció ningún color, sino otra vez, en sordina:
--Deja la pintura. Tú no sabes pintar.
Bueno, y qué. Pintar es como cuando fumaba aquella del cuplé. Pintando espero / a la mujer que más quiero.
Cinco veces intenté abrir las puertas del descanso onírico. Cinco veces otra vez.
--Tú sabes poner las comas y la sintaxis --qué sabré yo-- pero no tienes idea de pintura.
Desistí. Amaneció. Fui al bar de Ibrahim a desayunar. Todavía cerrado. Me senté donde la cruz de metal, la que proyecta una simple sombra sobre una pared blanca. Cerca del paso de peatones... Una berlingo se detuvo.
--¿Estás enfermo? --preguntó mi cuñado.
--Que yo sepa, no.
--Como te veo levantado tan temprano.
--¿Quieres tomar un café?
--No, voy al gimnasio. Y luego a pintar.
Siguió de largo. Ibrahim abrió la puerta del bar.   

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