martes, 6 de octubre de 2015

Poesía eres tú...

El poeta de Córdoba se me ha posado ahora en la mesanoche. No digo, como en uno de sus poemas, de uno que recibía carta de su amada y la perfumaba no diré dónde. Gesto feo. Las palabras de la amada la cierne uno en los oídos, o besa cada sílaba como si besara sus labios, pero no se las pasa uno por las partes. Hay que ser depravado. En fin, también hay arte depravado. Yo he sido muy aficionado a ese arte. Si Einstein tiene razón, el infierno tiene una zona en la que se junta con el cielo, una zona residencial, donde se vive con más fervor que en el infierno, donde se sufre demasiado, o que en el cielo, donde se goza demasiado, hasta el hastío. Esa zona fue el antiguo Paraíso. Si algún día estoy allí, sé por qué será. O mejor dicho, sé por quién será. Pero de quien estaba hablando es del poeta de Córdoba. Un espíritu exquisito y un alma noble, como yo. Yo lo imagino más atlético, capaz de subir un himalaya en invierno. Vívía muy respetado en Córdoba, en el imperio omeya, hasta que llegaron los bereberes y saquearon y se apoderaron de la ciudad. De los bereberes, aparte de ponerlos verdes cuando los nombra, dice que sus mujeres no aceptan al hombre que las ama si tal hombre no se pasa un mes diciendo en la plaza pública que ama a fulanita. Sólo entonces fulanita se casa con ese hombre.
El deseo de decir el nombre de la amada, y la mesura de contener la boca, también está en el árabe poeta. Luego otros poetas, como el arcipreste de Hita, vertieron humor cristiano, cruel y furibundo, sobre las exquisitas frutas de la gramática árabe, pero no pudieron matar un perfume.

El otro día me visitó Hopper. 
Con un almanaque de hace dos años, con estampas del pintor, hice dos cuadros que se compenetran. Como los fantasmas no pueden asir el pincel, lo hice yo. Él me señalaba el tubo de color, y yo derramaba el color por dónde él me decía. Se transformó a sí mismo. En cierto modo, se elevó. Los dos cuadros son suyos. La pincelada es mía. 

Que no la vea quien motiva otro cuadro. La pincelada. Llevo meses batallando con esta obra. Primero fue el amarillo, luego el rojo de la rosa y después el blanco de los lirios. Te acuerdas, Viejo.
Ahora es el azul claro y un jazmín violeta. Está tomando forma el cuadro. Yo sé quién mi ilumina.
No sé si soy bereber, pero guardo el nombre. El poeta de Córdoba sabe por qué. Lo llevaré a Oz el día 10.

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