viernes, 8 de febrero de 2019

Aquí vuelvo, a pensar en público los enigmas del día. Leo que fuiste a Capitanía y el soldado te quitó la cámara. No sé si leerás esto pero a ti es a quien hablo ahora. La única persona en este mundo que puede comprender. Pero a lo mejor no comprendes nada. No comprendes que hay una ley que impide hacer fotos a una instalación militar. Yo estoy contigo en que Santa Cruz oculta una ciudad que es el reverso de lo que la han convertido. Yo conocí esa ciudad de oro. Conocí la Viña el Loro a los seis años, adonde mi padre iba a tomar la mañanita (coñac con no sé qué), y una vez tuve una conversación con el loro. Sí, ya sé que vas a decir que es mentira. Pues te aseguro que es tan verdad como que Santa Cruz es la oculta Jerusalem, la maravillosa ciudad de piedra negra. Mi padre tampoco me creyó. Pero yo sé que hable filosofía con el loro, me enseñó el secreto de la vida. Inmediatamente lo olvidé. Mi padre no me creyó, me defraudó y olvidé. Todo lo que he escrito en toda mi vida es un intento por recordar aquella conversación con el animal enjaulado. En fin, hay leyes y sabes cómo las aplican. Sólo con tu obra puedes predicar. Tu obra es tu escudo y tu lanza. Si pierdes el norte, si pierdes la compostura, perderás el escudo y la lanza, y tu poder se convertirá en humo.
No me dejaron acercarme a ti porque consideraron que te podía ser perjudicial.
--No sé lo qué pretendes, pero apártate de ella.
Y a lo mejor lo soy. Pero el juego se acabó.
No soy perjudicial para ti. Ni tú para mí. Aunque hablemos idiomas distintos.

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