jueves, 28 de febrero de 2019

La señora X fue el penúltimo viernes a clase (así llamo a los encuentros del club de lectura), con una blusa de gasa rosada, peinado recién salido de la peluquería, pantalones negros apretados, resaltando aún más su soberbio culo. Además se había estudiado el libro (El lobo estepario) hasta la página que tocaba. Y lo había comprendido. "Todos somos muchas personalidades", dijo ella. "Como bien dice esa señora, todos somos muchas personalidades", dije yo. No hubo encontronazo, no nos rompimos las ropas y no nos fajamos, no tuvimos oportunidad. Otra vez será.
Ayer no fue. Ayer fuimos pocos: la maestra, la Ana, la Teresa, la María José y yo. María José y yo hicimos causa común ("un abuelito que quiere ser lobo") contra las referencias altamente filosóficas por parte de Ana. Nietzsche principalmente.
--¿Y cómo acabó Nietzsche, sino abrazando a un burro y dándole la razón?
--Eso es un bulo. El dueño estaba maltratando al burro y él defendió al burro.
--Qué bonito. Un animalista. Pero yo me quedo con la otra versión.
Lo que me extrañó es que una feminista de pro, denunciante a rajatabla del oficio de la prostitución,
reconociese que fue una puta la que le abrió los ojos al niñato H H, el personaje de la novela.
--Y cómo lo hace. ¿Te fijaste? Lo primero que hizo fue limpiarle las gafas. Todo un símbolo --dijo.
Por un momento la vi como el autonombrado lobo estepario, debatiéndose entre la filósofa de alcurnia feminista y la alumna de baile de tango. En fin. Vueltas y vueltas da la vida, aunque la eternidad sea un instante. Africa no fue. El otro día la dejé colgada por irme con los amigos (no todos los días veo a los amigos) y ya vio, a tiempo, que no soy formal.
La que no sé si ha visto o no algo es Manuela, la miembro de Nobleza Canaria que para de noche, después del ensayo, por Ibrahim.
--Bueno, adiós, Chus. Bueno, adiós los dos Chus.
Yo estaba con el otro Chus, el jugador, mirando a la máquina los dos, y le dije adiós a Manuela, y se fue por la puerta donde está la boca de la noche.
El otro Chus, el director de la comparsa, me reprochó la sequedad.
--Sólo le dijiste adiós. Tenías que decirle algo más. Va a pensar que no le interesas.
--¿Y qué más le digo?
--Esta noche esta callada, eso es buena señal --se refería a la máquina. Sí, era verdad. Terminó de jugar --a los cien euros deja de jugar-- y puse yo veinte céntimos. Me dio veinte euros.
--¡Ves, Chus? ¿no te lo dije? Para que lo gane otro...
Mi madre, la hipocresía no, hasta ese extremo no. Me fui.

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