jueves, 7 de febrero de 2019

Por ser tan inocente
me birlaron la cartera,
me partieron la cara
y del festín quedé fuera.

Parece que la verdad ofende, que es en verdad lo único inocente, decir sencillamente la verdad, y lo demás son ganas de decirle al otro lo que tiene que hacer. Complejos de mesías que tenemos todos, todos predicamos el bien y el mal. Todas las películas van sobre eso.

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Ella ya vuelve a perder de vista el sistema legal. Me preguntó y le dije que con sus visiones de la ciudad y del mundo, podría hacer un libro maravilloso. Al estilo de los cuentos de Ignacio Gaspar pero en una órbita más amplia. Sus cuadros de la ciudad son revelaciones de una belleza que yo no veo por ninguna parte.
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En una noticia de facebbok se habla de una mujer de Candelaria (1903-1983) que tenía el poder de transmitir el mensaje de Dios y de curar. Es extraño que mi madre no haya hablado de esta mujer. Lo que si recuerdo de lo que me contaba es que de niña tuvo que dejar de subir a Arafo con pescado y bajar de nuevo a Candelaria con papas... porque se le infló mucho el vientre y los médicos no encontraban cura. Y fue una mujer curandera la que le quitó el mal.
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Mal el que atraviesa estos tiempos. Quien no está viendo viajes siderales, intentado escapar de la propia fragilidad, está encerrado en una realidad no menos ilusoria.


 Carmen Paloma Martínez, en un poema que hoy publica en su muro, hace un acertado retrato de estos tiempos de eclipse:

"Estoy tan solo
que puedo ver la noche,
tocar sus enmarañadas
y azules crestas,
caer en la infinitud.

Hasta los goznes de las puertas
lloran.

Y la náusea, nuevamente,
al abrir mis ojos cada mañana:"

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