viernes, 8 de abril de 2011

hablando con Roxana

Literatura inmediata. Esta del blog. Te la quitas de encima de los hombros y la pones a circular. Ultimamente visito con frecuencia (aparte de los abonados) el de Cataño. La fuerza del paisaje, rústico y urbano, con pinceladas compartidas. El paisaje como extensión del propio cuerpo. Muy bueno Cataño. Uno de esos seres al que uno pone las cholas, con el orgullo de tocar los pies de quienes hacen obras como quien pone callaos a una calle, literatura de tiempos idos pero cuya atmósfera aún nos llega y respiramos bien. Eso también me pasó con la intruducción de Anghel a su antología Generación 21. Si los cuentos del libro tienen del escrito de Anghel la contundencia, la autoridad y la humildad de quien sabe lo que se trae entre manos, estamos ante un libro que marca una historia de la literatura (canari), un hito. Temo que sí. Conozco a algunos autores, uno amigo aunque algo distante últimamente --de él tengo todavía Rakdee con dos es, del turco alemán Jakob Arjouni-- y el otro es Alexis Ravelo, un autor que me encanta.
--¿Sabes con quien hablo mucho?... Con Pacheco... que está como tú, cuidando a la madre... ¿que tal es?
--Aquí es un autor de respeto.
--Si, vale, pero a ti qué te parece.
No sé bien cómo pintar mi parecer sobre la obra de Agustín Enrique.
--¿Espeso? --propone Roxana Popelka, mi agridulce amiga, desde el otro lado del teléfono, desde Madrid. Sí, creo que acertó. Hay escrituras que son agua (estancada o corriente) y otras que son aceite, y ya se sabe, el aceite y el agua...
--¿Qué tal Marcelino? --pregunta. Le informo de que ha publicado un libro de cuentos maravillosos. Y que pronto conoceremos unos poemas suyos que van a acabar con la poesía de quiero y no puedo que abunda hoy en Canari. Roxana, siempre propensa a enamorarse de los genios, se deleita imaginándose viajando por Y fumar puede matar. No le hablo de Ramallo, ni Lizundia, ni Anghel... se presentaría una tarde en Atlantic city vestida de novia como en la portada de lunula del año dos mil y poco. De quien sí hablamos fue de Alberto Amez. De pronto recuerdo que también estaba en el sueño de la iglesia obispal. Había allí una exposición de cuadros como las que organizó Tini Areces, cuando era alcalde, dos veces en la FMC (Fundación Municipal de Cultura). Los artistas grandilocuentes de la ciudad no quisieron intervenir en esa exposición, abierta al pueblo. La verdad es que el pueblo cuando se pone a pintar es decepcionante, salvo excepciones. En este caso, Alberto Amez y yo. Yo con un cuadro cabalístico con un burro que señalaba las cuatro zonas principales del hombre: la inteligenia, el sentimiento, la fuerza creativa y sexual y la salud económica. Las llamaba El jardín, el Infierno, La Casa y no sé qué. El cuadro se lo cambié a Amez, que en lugar de corresponder con otro de similar valía, lo hizo con una minucia.
Sólo después de hablar con Roxana recordé que su figura de novia en aquella portada sustituyó a otra que había hecho su Alberto Amez. No me arrepiento del cambio.
En fin, en esa iglesia recorríamos la senda de cuadros, yo buscando el mío, que no aparecía por ninguna parte, y Alberto señálándome tres suyos, esplendidos, y me entró una envidia. No sé si esto fue antes de la misa o después.

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