jueves, 30 de agosto de 2012

reflexiones en mitad de la noche

Me acosté temprano y me desperté de madrugada. No me despertó la sed, como en los versos medievales, sino el hambre. Ganas de comer. Abrí una lata de lo que creía fabada asturiana. El recuerdo de las que hacía mi suegra me incitó a abrir esa lata, comprada en un súper al que hoy, o ya ayer, me llevó mi inspectora preferida. No era fabada asturiana sino judías con salsa de tomate. No me hizo ninguna gracia. En fin, me alimenté, le di un poco a la niña, que también despertó y bajó conmigo a la cocina, y la digestión me da por pensar. Pienso en las relaciones humanas. Como unos creen que otros son inferiores, hasta que los inferiores... La dialéctica del sirviente y el señor. Hay una película sobre eso. Recuerdo haberla visto en mi juventud, Hegel por medio. Entre los libros que recogí el otro día en la Hacienda Perdida, había uno que creía pornográfico, género que ya no dice gran cosa (la humanidad se ha vuelto rutinariamente pornográfica) pero que en su día provocó, con la muerte de Franco, la engañosa transición de la dictadura a la democracia. A ese engañabobos que llaman democracia. En lugar de a un dictador, soportamos a unos cuantos, en esto consiste la democracia, por lo menos la que aquí conocemos. En fin, el libro no era pornográfico sino político. Era de una italiana que escribe sobre la mujer vaginal y la mujer clitoriana. Y el primer capítulo se titula, si no recuerdo mal, "Escupamos sobre Hegel", porque interpreta la autora que la dialéctica del sirviente y el señor es masculina y deja aparte a la mujer. Apaga y vámonos. Pero antes de cerrar el libro, me llamó la atención una filípica contra Lenin, ese al que Dalí convierte en judías en uno de sus cuadros. La italiana defiende el amor libre. Bueno, ya se ha visto a lo que conduce el amor libre. Enfermos comidos por el hartazgo o el mono sexual. Lo que me llamó la atención es cómo Lenin respondía a algunas comunistas que en su tiempo alentaban el amor libre entre la juventud. Decía que era como si alguien bebiera del mismo vaso del que antes habían bebido y dejado su baba un montón de gente. El sexo y el vaso, asunto curioso. A meditar.
Y ya no reflexiono más, sino que me pongo al trabajo poético. Mi amiga la inspectora, además de mujer que dan ganas de creer otra vez en el amor devoto, es un as de la informática. En dos segundos me pasó todos los archivos que estoy trabajando, desde el ordenador pequeño que me traje de La Maldad a este, y ya me puse a trabajar. Primero la poesía, influido por la luna llena. Medir versos. Es curioso, pero los poemas con sílabas contadas ganan mucho y quedan más fuertes, más rotundos. Los versos libres son como el amor libre, espejismos baratos que se pudren antes de tiempo.
Otra cosa que estoy trabajando es las notas y comentarios que hice cuando fui a Santo Domingo. Incluido restos, o alrededores, de mi vida en compañía de Pepa Pardo. Me dice Sibi que haga literatura y que cambie los nombres propios. No sé. La batalla de los nombres, reales o inventados, es algo que no tengo resuelto. Lo estoy haciendo en las memorias de las aventuras con Roger en Gijón, y no estoy convencido. La predilección por los nombres reales me ha costado perder amigos. La verdad es que eran amigos que me daban el coñazo con sus escritos. Pero no están los tiempos para perder nada, incluido amigos con el síndrome de la pesadez.
Tengo a la niña, negra senegalesa, una preciosidad, sobre las rodillas. No es bueno que la criatura esté despierta a estas horas. A ver si la acuesto y la duermo. Le contaré un cuento. A lo mejor le doy forma, ya de una santa vez, a El día que me enamoré de Cristina T. Qué bella está la noche.

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