lunes, 14 de octubre de 2013

Dicen que los cojos son hijoputas. Quizá porque observan mejor. Las montañas se suben despacio. Esta ciudad resucita. Yo me pongo cojo y ella se pone bien. Un perro grande, en el parque La Granja, quería hacerlo con una perra grande, negra, y ella se echaba en el suelo y se dejaba enamorar, pero un perro chico le mordía el hocico, y la perra tuvo que levantarse. A estos perros sólo les hace falta hablar. Bueno, sí que hablan. Lo sé por Ofelia. Aunque hace tiempo que está callada esa buldog francesa. 
Iba a escribir de dos libros. Uno lo portaba conmigo y el otro me llegó en el Corte Inglés. Un camino a través del infierno. En la presentación las dos novelas comenzaron a entenderse. A cogerse una a la otra. 
Afuera de la biblioteca a veces ponen libros de regalo. Hoy había dos. Yo cogí los dos, porque no había más. No me sobra ningún libro. Todos valen. Estos se titulan Gritos silenciosos y el otro No se lo digas a mamá.
El primero es de recurso facilón, pero sin embargo le pega a La casa de las flores rotas, de Juan Andrés Herrera, y el segundo le añade veneno a Un camino a través del infierno, de Javier Hernández.
Dos mantos de la Virgen en las memorias de un cobarde y dos balas que matan a dos madres, uno con el niño no nacido. Sospechoso, el presidente...
Hablaré de estas novelas. Ahora me voy. Por la sombra luminosa de esta ciudad.

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