lunes, 7 de octubre de 2013

tráeme agua pa lavarme las manos

Anghel no coge el teléfono, el móvil. ¿Lo mordió un perro? ¿le picó una avispa? ¿le comió la lengua el gato? Sé que no, que no contesta por cobardía y falta de cortesía, pero quiero comprobarlo. Supongo que un compromiso ya está roto, pero como Santo Tomás, tonto hasta el último día. Me acerco a la casa Elder. Allí está, en la mesa. Me perdí su discurso. Qué pena. El autor es de La Orotava. En El gigoló la denomino Humbolt Valle. Una pijada. 
El libro es una recopilación de artículos. Uno, dedicado a Agustín García Calvo, traductor en versos de La Iliada; yo ahora estoy con La Odisea, traducida en prosa. Y aprediendo a pintar --qué obstinación, ¿cuándo aprenderé?-- en las páginas de un libro sobre Eward Munch que hace tiempo me trajo Ramón de Escocia. Ya dejé de sacar poemas --fríamente, sin motivos personales-- de libros que se proclaman de poesía y nacieron constipados, pero también de Petrarca (le tengo que devolver el libro de Petrarca a Marcelino) y otros que si fueron poetas. Algunos se me morían en la operación. Otros sobreviven. Como un par de la modelo que no voy a decir quién es. Uno de estos días los copio aquí y me los quito de encima, que es para lo que me sirve la escritura, para quitarme fardos de encima. 
En el caso de Munch, casi todas las páginas sobreviven, aunque ya las ilustraciones no son munchs sino munchitos, con perdón. En este caso, procuro ponerme en el alma de Munch. y actuar como si fuese él asesinándose a sí mismo. A veces la idiotez acierta. No soy sino un idiota que acierta. 
Termina el acto de presentación.
 
--Seguramente presentará el libro --el compromiso-- el nuevo cargo de la Justicia.
Me libera del compromiso. Ese día prefiero estar en el Sur.
Encuentro a Javier. Me invita a la presentación de su novela el día 11 en el Corte Inglés, y dice que esta novela suya sí me va a gustar, y que me reserva un ejemplar, cortesía del autor. Se lo agradezco.
--¿Tú cómo te hablas con este hombre? --interviene el pequeño cacique. Palabra falsa, flor y nata de hombre falso, y encima de gracioso cizañero. Me río. Es tan parecido a mí que no puedo sino perdonarlo y quererlo. Es mal negocio no quererse uno a sí mismo.

Quedo con Ramón por la noche a las doce en el bar de Nally (para darme el libro La casa de las flores rotas, de Juan Andrés Herrera, diosmediante mañana en la radio).  
--Niña, yo tengo un rancho --dice mi tocayo.
--Jesús, pero si tú ya no follas.
--¿Que no follo? ¡De cuatro patas! Hasta los huevos le meto!...
...
--¿De qué murió?
--De trombosis
--Jesús, deja de tocar --Nally. 
--A mí me dio una trombosis cerebral durmiendo... Yo llegué a casa mejor de lo que estaba ahora y cuando quise levantarme, poco más me caí... Me revisaron a ver si tenía sífilis o mariconadas d´esas...
--Ocho mil...
--Ocho mil, qué. ¿Lentejas o garbanzos?
--Es verdad --dice A--, voy a sacarles todo lo que pueda...
--Sí, y yo vengo de coger higos picos. 
--Al diablo voy a mandar mi corazón.
La una y media de la madrugada. Cómo pasa el tiempo. Llamo por el móvil a Ramón.
--Soy el contestador de Yoigo, mi dueño... 
Me retiro. Me pongo a pintar un paisaje que inicié en el Norte. ¿Cómo lo pintaría...? Bueno, necesito cursillos de pintura, pero no siempre tiene uno lo que necesita.
Llama Ramón. Dice que no oyó el teléfono. Supongo que no. Aparece por casa y me hace un par de cuentos. No están mal.
Yo pienso en uno de Juan de Mena en su libro El conde Lucanor. De uno que decidió casarse con una chica que era de buen ver pero de una mala educación y carácter intratable que nadie, ni loco, la quería por esposa. Ese hombre sí. Se celebró la boda y cuando se fueron todos los invitados y quedaron solos mujer y marido, éste le dijo al perro que le trajese un bacín con agua para lavarse las manos. El perro, por supuesto, no le hizo caso. El hombre cogió un machete y le cortó la cabeza y las patas. Le ordenó lo mismo al caballo. Le pasó lo mismo al pobre animal. Y luego se lo pidió a su mujer. Obedeció como una bendita. 
Yo no estoy casado con esta gente, pero a veces me parece que sí. Pienso una estratagema pero me acuerdo del final del cuento. La madre de la desposada era del mismo cuero. Cuando el marido se enteró lo que había hecho el yerno, le dijo a un gallo que le trajese agua para lavarse las manos. No hace falta contar la suerte del gallo.
--Traeme agua para lavarme las manos...
--A buenas horas, zoquete --le dijo la mujer--, te vas poner bien puesto conmigo.
Sí, a buenas horas. Me despido de Ramón. No le corté la cabeza, etc. 
Y abro La casa de las flores rotas. Me sorprende. No está nada mal la novela, lo que llevo de lectura:

Está aterrorizado. Sin embargo, no está dispuesto, no hay valor suficiente para volver a Santa Cruz, donde no existe la luz naranja y sólo pervive una oscuridad tan negra que se mete en los ojos y te quita el apetito y ganas de vivir.

Mañana martes en La Puerta (Radio Unión Tenerife), con Juan Andrés Herrera. 

1 comentario:

Alan Argento dijo...

Me gustó el final del tipo loco que doma a su esposa. Muy gracioso. Me gusta mucho el humor políticamente incorrecto y todo este tipo de bromas que alteran a las mujeres, ja, ja, ja. Saludos desde Buenos Aires.