miércoles, 30 de octubre de 2013

El ordenador más lento. Hasta se me quitaron las ganas de escribir. Y de leer. No aguanto más de dos páginas seguidas en pantalla. Hay que volver al haiku. Pero mejor no. Mucho mal olor en los haikus que escriben por ahí, que yo conozco, como uno que se acaba de sentar en el ordenador 1. Huele peor que yo. Mi madre, venía a contar el viaje a Los Cristianos y lo que tengo es ganas de irme, de caminar, de comerme un solomillo en la taberna Castellano. Estoy harto de ordenador y de libros. Libros canarios de medianía esta temporada, mes de octubre. Un poco más alto el de Javier Hernández. Crítica en otra ocasión, si me dura la promesa. Y la de Charlin, sobre el libro de Charlin, la hago ahora, deprisa y corriendo. Dice que es una novela El hombre que se enamoró de Sasha Grey. Ni con encaje de bolillos el libro es una novela. Ramón habló de Mallo, el que obtuvo un portazo de María Kodama a cuenta de estar tocando la tinta de Borges. No sé cómo será el tal Mallo, no me atrae. Cliches de filosofía narrativa gastados, casi podridos. Algunos nacieron ayer y ya están dando mal olor, como el del ordenador 1. 
El libro de Charlin contiene cuentos que me interesan, incluso cuentos soberbios, un par dellos. Lo demás, autobiografía engañosa en la primera parte. Un hombre que recuerda sus días de gloria como corredor de fondo, escritor que trabaja de camarero para poder escribir, y comer. No aprecia la comida. Come para nutrirse, porque hay que comer. Su sabor lo derrama en las putas y los libros. Demasiados libros. No sé por qué tiene que nombrar todos los libros que lee. Mi madre. Y además filósofo. Riestras de aforismos y lapidaris, filosofía existencialista nihilista, obsesionada con el Vaticano. En medio un diccionario serio. Quiere ser serio. Y tercera parte, una cosa que quiere ser ciencia ficción. Contiene los mejores relatos. El de... cómo se llamaba, me recuerda Agosta escribe. También la "heroína" de  Un camino a través del infierno. Otro día, si tengo ganas y no se me sienta al lado otro apestoso. 
El viaje me reparó el espíritu kantiano. Paso una temporada que sólo Kant me convence. Fui con Ramón. Autopista. Sol ceghador. Para conductores kamikaze. Llegamos. Ramón fue a resolver no sé qué y yo me quede´con Charlin y aparecieron Antonio Núñez y Laureano de Lorenzo. 
--Le puedo dejar a mi hija Agosta escribe? --preguntó Antonio a Lorenzo.
--Espera que cumpla dos años más.
Yo creo que es un libro para leer con dos años menos, pero no digo nada.
Antonio Lorenzo Charlín desperado, nervioso: su concubina actual, a la que intenta comprarle el amor no sólo pagando los polvos y la cama, no llega. Le manda guasás unos detrás de otro. Por fin respira cuando ella le dice que tranquilo, cari, voy a ir. Le paga el taxi. La veo llegar, toda tatuada, próxima portada del próximo libro, no sé si novela, del colega Charlín.
--Todo me dice que lo pague yo. ¿Por qué no le pide dinero al novio?
El novio no sabe que es puta.
Se pone atrás del todo, con la madame. Está buena la madama. Si se quedan, pienso establecer comunicación con la señora. 
Una cantautor le dedica una canción. Antonio Nuñez dice que la escritura de Charlín está pegada a la verdad. Y una polla. Está pegada a la que oculta.
Ramón, que su novella es un montaje posmoderno. Ni una cosa ni otra. Pero ya tenemos la radio para discutir de boberías. 
Las señoras putas, qué pena, se larga. Tienen percances familiares. Se quedan las señoras a secas, las dos ocupadas. Marialena y Sita. 
--Ya no hablas de mí en el blog --dice Sita.
No, es verdad. Merece un capítulo aparte Suta, que un capítulo, toda una novela. Ella la tiene escrita. Un día le dije que me contratara a cambio de solomillos y vino de Chasna, y le ponía en orden los escritos, merecen la pena, pero no me dio sal al cuento. Imagino por qué pero no lo digo. Tampoco me invita a la cena que va a tener el jueves este con Amín, el gran empresario. Conozco historias secretas pero no las cuento. A ver si compran mi silencio. Hay que sacar teneres de donde sea.
A Berto lo veo alñ día siguiente. Le sacamos el cuero a unos cuantos y Ramón llama y nos invita a comer. Vamos a la cocina de Ramón.
Está pelando ojo. Berto investiga la receta.
--El señorito Ramón no sabe hacer espaguetis.
Ramón no lo lanza por la ventana. Por debajo se sienta un viejo criticón que cuida a tres gatos y sus cría. Me hago amigo de las crías. Una gata verdiblanca y un gato canelo. Hablo con ellos. Me cuentan historias del viejo. Una novela. Algún día a lo mejor la escribo. Una novela más entre tantas novelas ni se nota.
Llega Sita. Alberto Linares, un caballero, se comporta. 
Voy a la playa con Ramón. Ligo a una mujer de buen ver, que se entretiene jugando con la arena sobre sus muslos. Me invita a su hotel.
--No --le digo.
No quiero ir a ningún hotel con nadie. Sita me aloja en su casa. Allí estopy bien. Cáma cómoda, espaguetis sabrosos y compañía excelente.
Etc, etc, y ya me voy, a la calle, a coger fresco.
Me piden la vez. Perdonen erratas.

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