jueves, 25 de junio de 2015

III

--Esta noche me llevo a la flaca al chozo y la pongo de cuatro patas. Tiene un bonito culo.
Uno en Ibrahím.
Otro:
--Eloísa, tú no te amargues. Yo cuando me pasa eso, me meto en el monte, me desnudo en pelota, me abrazo a un árbol y el grito que pego se oye en Los Roques.
Este habla en serio. Supongo que el primero también. Y supongo que Ramos también habla en serio cuando se siente humillado porque le pagan poco. La parábola del que da más a uno que al otro. Al otro le da lo prometido. Y a uno más.
En fin, llevo pocos días de resucitado. La resurrección es lenta.

Me cautivaron la mujer de Jordi y la cuñada, especialmente. Esta mujer, qué atrevimiento, vestida con una camisa amarilla. Preciosa la camisa. Y la portadora más.
--Mucha mierda --dijo.
--Mucha mierda --dije.
Y se abrió el telón.
El incienso me ayudaba a morir. Desde niño, una vez que fui a misa, me agrada el incienso. Y morí. Ana me vio muerto. Me lo dijo al otro día cuando la volví a ver en el Puerto. Había dormido por la noche cerca de mí, no suficientemente cerca. Y esa noche no salió al escenario pero estuvo en el público, tradicionalmente sentada en una butaca, sin perder detalle. El que perdí detalles fui yo. Como estaba muerto, no me enteré de la primera parte del velatorio, las voces en off de Jordi, Jose y Jessica hablando de mí. Bien y mal. Sin alaracas. Sin obituarios que mienten más que hablan. No sé si Jose dijo de organizarme una exposición. Él y yo en Los Lavaderos. Sueños. Morir y soñar dicen que es lo mismo. Más o menos.
No me acuerdo de lo que vi en el otro mundo. Sé que desconecté del entorno. Cuando volví a conectar, Lorena lloraba a mi pies y María lloraba a mi derecha, al alcance de la mano. No aprobé dos cosas. Que Lorena no se hubiese puesto al alcance también, y la llorera. Mi madre fue plañidera vocacional. Lloraba en los entierros como si la desgarrasen por dentro. No me gusta que una mujer llore, y menos por mí.
--No lloren las damas, ya estoy volviendo a la vida --fueron mis primeras palabras.
--¿Tan pronto? --se quejó María, casi enfadada.
Quise seguir muerto, para contentar a la jefa, pero ya estaba sentado en la camilla. Tres animales disparaban pintura sobre el lienzo. Me levanté y puse algo de azul, en honor a Lorena; algo de verde, en honor a María, y algo de amarillo, en honor a la cuñada de Jordi, que enseguida salió al escenario, y otra mujer con cuernos de diabla, y... Alejandra. Encontrar a Alejandra es como encontrar a la guardiana de las puertas de la gloria.
--Jesús, no nos dejan pasar.
El lienzo estaba oculto por un enjambre de pintores.
No me importó. En ese momento caminaba en otra dirección. A donde tenía el vasito de ron que mi amigo me había procurado.
 
Lástima que no haya resucitado joven y apuesto como yo lo era en tiempos cuando fui un andrógino.
Resucité con los mismos achaques, pero Alejandra resucitó mi alma.
Bebí el ron y me lancé adonde el enjambre no llegaba al cielo, pero lo tocaba... 

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