viernes, 26 de junio de 2015

IIII

Ayer vi a Nguyen. Si no lo escribo reviento. Seguí resucitando. Accionando la máquina de vivir. Al principio, cuando ibamos por la autopista, a la altura del rótulo de Anónimo (ROMANCINISMO) la eché de menos. Me hubiera gustado tenerla en la orgía teatral, aunque se quedara con Ana en una butaca del público. Harían buena pareja las dos. Sus sonrisas están sintonizadas. Y sus enfados también. Y las columnas de María me recuerdan las de mi amiga, que no avisé para que fuera a ver la obra de la última noche de primavera en Los Realejos. Y sus ojos brillan como los de... bueno. Nguyen compraba un pescado blanco y yo pan intengral. Tenía que poner el pescado en la nevera y yo estaba derregado y sin apósito. Le conté la aventura. RessurreAción. RealismoPuntoCero... 

Ahora me acuerdo lo que ví cuando estuve finado. Oí la voz de mi padre.
--Chito, haz las cosas bien.
Y cuando María y Lorena se acercaron al lecho mortuorio, no las reconocí de inmediato. Sino que vi a mi madre y a mi mujer el día de mi boda.
--Aquí tienes a este hijo. Tiene sus cosas pero una vez me hizo un poema. Te lo cedo. Ahora es tuyo.
--Gracias --contestaba mi mujer, recién casados, en la iglesia de Fátima, al lado del manicomio--. Corregiré sus defectos y limaré sus virtudes.
Mi mujer era Gallo en el horóscopo vietnamita y Leo en el occidental. 
Mi madre era Serpiente. 
En el Tarot, La Emperatriz entregaba al Loco a La Papisa.
No me gustó la jugada. Me gusta ser independiente. No que las mujeres metan el hocico en mis asuntos. Pero son las mujeres las que me alimentan. El cuerpo y el alma. El negocio es complicado.

Vi a Jose con otros dos payasos. Orgulloso. Sabedor de lo que valemos. Vi a Jordi haciendo de hombre serio, artista marketing. Mostrando y ofreciendo un arte de Sol naciente. Con raíces en la danza primitiva sobre la pared de la cueva. Un arte contagioso y liberador. Me acuerdo ahora una tarde por Madrid, con mi mujer. De exposición en exposición. Me harté de ver cuadros. 
--Ya yo no voy a ninguna exposición más --le dije.
Al final me dijo que era la última, la que le quedaba por ver. Y luego cenábamos. Pos nada, entré en la última exposición.
Una maravilla. Mis ojos cansados resucitaron. El pintor era Haring (después lo seguí un rato pero lo que sentí en aquella sala madrileña, nunca más, hasta esa noche en Los Realejos). Tapices inspirados en los de los indios y dibujos elementales, primitivos, llenaban el espacio. Si me dicen que esa tarde follé con..., el sentimiento y la sensualidad fueron semejantes.

Bueno, para no alargar el cuento. Tuvimos un éxito enorme. Yo sobre todo. Estoy acostumbrado al éxito. No se me sube a la cabeza. Procuro que se me quede en los huevos y sirva para algo.
Nos despedimos de la acogedora gente. María nos llevó a Jose y a mí su casa a cenar. Buenas viandas. Luego nos mostró nuestra habitación. A mí me dio la cama en alto y al Tigre la más cercana al suelo. Quiso cambiármela. Resucité más inteligente. No se la cambié. 
Ellos dos salieron a La orotava, a cerebralos con los demás en la continuación de la noche. Yo me acosté. Me despertó el sol por la mañana. Ramallot dormía. Salí al pasillo. Vi a la madre de María.
--¿Estoy en La Orotava o estoy en el cielo? --le pregunté.
Su risa me dijo que estábamos en el paraíso. 
No lo sé. Pero oigo la poderosa llamada del Jardín.

   

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