viernes, 17 de julio de 2015

versos prosaicos y prosa con olor de azahar

Marcelino está triste,
qué tendrá Marcelino.
Su Marlou Diésel
está en olvido,
su libro poemas
en túnel oscuro
sin salida, qué tendrá
Marcelino, sus ojos derraman
secas retamas,
su labios no beben
con ardor el vino.
Tal vez lo cure
un viento de Arure,
o en un cielo de nubes
tal vez se cure
su melancolía,
su soñar marino.
Y dé en su reloj
la hora de la suerte,
y lo vea yo
y lo celebre
con vino bueno,
con fresco cherne
de Puerto Santo,
y con carne cochino
para seguir sintiendo
mi corazón de guarro.
Feliz Marcelino,
al oír el canto
suelta un silbo
que da espanto,
por eso lo quiero
tanto.

*


Anoche, como me suele ocurrir con Alma del Paraíso, subí tres himalayas. Y conocí a un escultor y a un escritor inédito. Diez años trabajando su novela. Ahora en el criterio, en juicio, del editor. 400 páginas. ¿Habrá continuado Juan la novela de Damián, habrá llegado al momento en que descubrimos que Montelongol no es ningún ángel vengador sino un pobre diablo? ¿Habrá descubierto Marcelino quién es el cobijón intelectual de la novela francesa?
Alma del Paraíso regresa más isleña. Lo más hermoso del mundo. Una belleza que alimenta. En la cena dos idiomas. Como las ramas que se entrelazan en el romance del Conde Olino.

Dime, madre, de quién
es ese cantar...

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