martes, 27 de junio de 2017

lluvia

Lo que otros esperan de ti es lluvia: de la última entrega de Cataño en pantalla.  

Una antigua conexión en red, de Barcelona, ponderaba los cruceros. En  el barco tenías la vida solucionada. Esta amiga virtual de Barcelona era aficionada a la pornografía. Había una peli que era un invento, una rueda de lenguas. La rueda rodaba y las lenguas iban pasando por el monte de Venus.
Perdí el contacto. Quería publicar un libro con nuestros correos. Le pregunté si era coautoría o era autoría sólo della. Desapareció. Iba a salir un libro un poco bobo. No la eché de menos.

La cosa de los cruceros me trae a la memoria una novela de un inglés, el autor de La soledad del corredor de fondo. Esta se llama El cuentista. Era una continuación muy lograda de Las 1001 noches y El Decamerón. El personaje se  gana la vida narrando cuentos en los pubs hasta que lo contratan para un crucero. El 90% del libro son los cuentos que hace. Decía que para darse valor, miraba al público y los veía como sacos de mierda. El libro lo perdí de vista. Se lo quedó Roxana Popelka.

De pintura ¿qué te cuento? Ya la rosa elegida está mal que bien en azul. Ahora falta el fondo. El otro día estuve viendo en pantalla cuadros de Guezala. Qué bueno era este pintor. Vi de verdad un cuadro suyo en el almacén de Bellas Artes y me maravilló. Un cuadro maravilloso recluido en  un almacén. Kultura  Kanaria.
Los paisajes que vi aquí confirmaron el asombro. No nos queda nada por aprender, Pepe. Unos cuantos kilómetros. El loco es capaz de descubrir la cocacola. El cuerdo no descubre nada. Simplemente sigue un rastro.

En las novelas de amor o de crimen pasa lo mismo. El lector sigue un rastro.
Martín, persona que me cae bien, que fue amigo en Asturias, publica cada semana episodios de su diario. Ahora está en Venecia. En un periódico lee los pormenores de un crimen. Un profesor invita a cenar a su ex amante ex alumna, con el actual novio, y en los postres de la cena los envenena. Se entrega a la policía porque no sabe qué hacer con los cadáveres.
Me recuerda crímenes memorables de Santa Pus. El de la fosa séptica como tumba. O el del hijo que mató al padre. lo descuartizó, metió los restos en una maleta y la tiró al mar en Valleseco.
Se que está narrado y publicado el caso de la pensión Padrón. No conozco el libro.

Un crimen, imagino, debe ser narrado desde la visión de quien lo comete o desde la víctima. Yo prefiero, como tú hiciste en Cucarachas, la noticia periodística, o mejor, el frío informe policial, que no toma partido. Se limita a contar lo que pasó, lo que se sabe que pasó.
El primer punto de vista, está por ejemplo en El túnel. El asesino comienza confesando su crimen. No me acuerdo ahora el título de una película en que el culpable decía al jurado que lo juzgaba:
--Buscaba un sentido a los hechos, pero los hechos no tenían ningún sentido.

Buen comienzo para un relato. Incluso un relato de la vida cotidiana. Sin más hazaña que cumplir con el día. Así me pregunto qué sentido puede tener una rosa azul sobre fondo azul. Sigo el rastro de Guezala y de otros paisajistas. Pero sobre todo de los paisajes de Intuición. Quiso enseñarme a hacer paisajes pero eso era una disciplina y yo era un salvaje. Sin embargo aprendí. Miro con buenos ojos los cuadros propios cuando, aunque no tan idílicos como los de Intuición, tienen su aroma. Recogen su esencia. Esto siento cuando los miro bien. Cuando los miro y veo lo que les falta, intento que no les falte.

Mi cuento es pedir. En la puerta de la catedral. La sobrina del cura me da los colores y la mujer del sacristán los pinceles. No me quejo.

Bueno el queso. Y la magia verde.

Buena letra, Pepe.

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