miércoles, 3 de abril de 2019

Con la dama de los girasoles, la mujer Dragón, tengo un reducto donde conversamos. No es una piedra del Sur donde jugamos a veo veo. ¿De qué color es? Blanco. Una mariposa o la flor del almendro, o una nube sombrero en la montaña del guanche. No, lo que vemos es la pantalla donde tenemos las conversaciones. Un rincón estrecho pero con cierto encanto.

Encanto era también escribirme con la poeta que se fue al infierno. Aquí la llamaré Calvario. Depresión por motivos laborales, no poéticos. El rincón de conversar era más amplio. El correo electrónico. Me es imposible escribir a una carta a una mujer y no intentar seducirla. Tengo que quitarme este lastre. Los don juantenorios, que antes me caían simpáticos y los veía como poetas voladores y si estaba inspirado yo también lo era, hoy por hoy me ofrecen cierta repugnancia. Animadversión.
Con Calvario también tenía relación física, honestamente física. De vez en cuando nos vimos y hablamos de verdad. La echo de menos. Aunque veo que ha resucitado en facebook. Y si no con ánimos renovados, sí con la fuerza natural que la hace vivir. Y escribir.

Recuerdo ahora, asociaciones de ideas del señor Smith, que la mujer Dragón y Calvario, mujer Tigre, tuvieron un desencuentro virtual y ahora viven separadas de la amistosa relación.

De la soledad hablé hoy con la dama de los girasoles. Empezó ella.

--¿Te asusta verte solo? --preguntó.

Lo primero que se me ocurrió contestarle fue una copla parrandera:

Me preguntas, amiga 
si me gusta la soledad. 
Si no es nombre de mujer 
 se la regalo a San Blas. 

Me agrada la compañía
 de animal que cague bien 
 que cante a la luz del día
 y cuando esté triste también.

No se la mandé porque no sé qué pinta san Blas en ese verso. Eso me dio tiempo a reflexionar. Todavía estoy reflexionando.

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