viernes, 8 de octubre de 2021

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 Después de la visita ayer de Bella y Siao-Ling, cada una por su lado pero coincidentes, vida normal otra vez. El pesado Centurión en Ibrahim. Con un disco rayado que mejor no hacerle caso. 

--¿Cómo se llamaba el que le clavó la lanza a Cristo? Dime cómo se llamaba.

Todos los días lo mismo.

El que me llama es el nuevo moderador del Club de Lectura, recién recomenzado. Me llama la atención porque pongo en el wasap del grupo comentarios sobre la novela que estamos leyendo. Una señal más del neofascismo de zombis, de rebaños con bozales, al que deriva la política actual. Le digo que es un zoquete pero que no se preocupe, que no voy a mandar más comentarios.

--No quería molestarte...

--No me molestas. Si no se pueden mandar esos comentarios, vale pero no me digas más nada. Y adiós que tengo que hacer.

En fin. Aquí hay un cuento. Quizá, si lo fabrico, lo añado a Injertos. Pega como rayo de luna en un mar en calma.

La realidad la leo como si fuera un sueño. El aviso es que no pierda el tiempo con estos medianeros de la cultura, ineptos y burocratizados, que se sueñan mandarines.

La novela es El Club de la Buena Estrella. De Amy Tan. China estadounidense. Cuentos chinos. No están mal, se dejan leer. 

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