lunes, 16 de agosto de 2010

harenes y lecturas

La oyente me está mareando con el maromo, que no es Ramón, es más feo que Ramón. Como siga con ese juego, irá a peregrinar a la palmera todas las mañanas Rito el cantaor. Hoy de todos modos no fui. Llevé a mi padre al especialista. Un médico detrás de otro. La ruina moral. Se ponen en huelga los de la basura, y el riesgo de enfermedades aumenta; se ponen los médicos, y la mortandad disminuye. Debían colgarlos a todos, menos a una. Tengo una amiga médico en el hospital. No sé si ya venció la orden de alejamiento, y por eso no voy al hospital a buscarla y cenar en La Laguna los fines de semana. Paga ella. Y me dice que no le importa porque lo pasa muy bien conmigo. Hay mujeres raras. Después de viejo, gigoló. Hay que ver.

--Y dile a tu padre que no tiene que comer sólo lentejas. Que coma también arvejas, almendras, nueces, carne de ternera, pavo... que contienen bastante hierro.

Sin embargo mi harén es menos nutrido que el de maese Lizundia, donde sólo desentona una tal De la Vega, una peter pan metida a gobernanta en el corral de Zapatero. Así que entre encuentro y encuentro, puedo dedicarme a leer. Dos obritas esta semana. Una novela de Javier Hernández, que el amigo me pasa para que le dé la opinión. Poca opinión le doy, este autor es uno de los que están en la cumbre de la escritura en Canarias. Sus novelas trascenderían si esto no fuese una triste colonia y nos tuvieran relegados, en todos los aspectos. Hasta que nos espabilemos y encontremos la aguja del cuento gomero de Anghel.

Otra cosa leída es Las armas y las letras, préstamo de Lizundia. Lector esquizofrénico. Lo mismo puede tener un gusto desacertado, admirador de engoladas y soporíferas gramáticas, como dar en el clavo. De todos modos tiene la virtud de tranformar sus lecturas soporíferas es aguaviva, en medusas llena de vivos colores, y no las toques porque ya sabes lo que pasa. También es un autor cumbre en nuestras letras. Si se hubiese quedado en su país vasco, hubiese sido sólo un escritor de mérito. Aquí, entre nosotros, se ha forjado como un narrador genial, y no es broma.

El libro de Trapiello está muy bien. A veces el autor se adelanta a los hechos y se convierte en juez. La mayoría y cada uno de nosotros merece el repudio de sus semejantes, pero alguno de nosotros se ha ganado el derecho a repudiar a algunos de sus semejantes. No sé si Trapiello está en esta gracia, pero se le perdonan sus juicios de valor, sobre todo porque coincide conmigo. Admiro a Miguel Hernández, Foxá, Unamuno... respeto a Lorca, Buero Vallejo... vade retro perro maldito, a Alberti, Neruda... (De Ortega o Azaña poco puedo decir, porque hasta ahora no conocía nada de sus obras y sus vidas, y un biográfo no es de fiar, es un sospechoso, y un autor metido a crítico literario, menos aún)... Menos de acuerdo con su visión de Pío Baroja o Ramón J. Sender, dos de los más grandes novelistas, que yo sepa, que ha dado la literatura en español. El libro, además, deja casi en blanco las armas y las letras durante la guerra civil en Canarias, y despierta el deseo de investigar lo que pasó aquí con los hombres de letras entres tantas armas y atropellos. Algo cuenta Javier Hernández en su novela inédita El fondo de los charcos, que tuvo la ingenuidad de presentar al Premio Benito Peréz Armas (mi presunto tío bisabuelo), ignorante de cómo se ganan hoy la mayoría de los concursos literarios.

Hay varios episodios en el libro, pero uno especialmente que hubiera podido escribirlo Ignacio Aldecoa. Lo diré, Dios mediante, en una próxima entrega.

Marte 18 horas. La Puerta. Seguimos conectados. Agosto sin Tanger ni nada parecido. Amarrados al duro banco del Bosque de Tijuana.

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