miércoles, 11 de agosto de 2010

recuerdos

Vaya por Dios. Lees algo, pasa algo y recuerda uno cosas. Todos los animales recuerdan cosas, es nuestra naturaleza. Thor recuerda tiempos mejores, cuando era joven y soñaba con que lo dejaran acercarse a una perra. Ahora es viejo y se conforma con que lo saque a excrecionar por lo menos una vez al día. Barranco y parque jurásico se jodieron, esos fueron otros tiempos, viejo perro, y los tiempos cambian. Y la cucaracha rayada de la cocina seguramente recuerda el sabroso limón en que metía las antenas la otra noche. Ya no hay limón cortado sobre la mesa. Que se vaya pa otro lado a buscarlo. Y la vecina Mimosa recordaba con su hermana críticas de otra que se las dijo el vecino Carmelo.
--A ver si vamos a ser nosotras las que paguemos ahora el patio...
Y yo, o el no yo que soy, recordó, a raíz del libro estrella ahora del lector nanualt de Tijuana, a Ian Gibson. El Ateneo Obrero de Gijón lo invitó a un homenaje a Lorca y a mí me cogieron de choni pa ir a buscarlo al aeropuerto. El nota todo el rato del viaje se lo pasó haciendo fiesta con una actriz que había conocido. No lo bajé del coche y le machaqué la cabeza con el gato porque yo entonces también era educado y cobarde. Era la mejor actriz que he conocido en el cine español, junto con Lola Gaos. Odié a tal Gibson y, por su culpa, hasta Lorca me desencantó. Hoy, gracias al libro de Trapiello, vuelvo a solidarizarme con el poeta de Granada. Y además, el buen escritor leonés, confirma con datos mi inculto desprecio a Neruda o Alberti, a cuya obra ya les llegó la fecha de caducidad, y por favor, esto no se lo digan a Orlando. Su máscara comunista se disolvería como libro en el fuego, y como dice el Niche, el hombre sin máscara no es nada.
Otras cosas que recordé, ya que la memoria la tenía en Gijón, fue el tiempo que trabajé de escritor y corrector en Júcar. Lástima que a Silverio Cañada, el editor, en paz descanse, le diese por meterse a constructor. Metió el dinero de la editorial en la empresa constructora y ambas se fueron a la ruina. Recuerdo que allí me pagaban 10.ooo pelas por cada reseña de nuevos autores para la Enciclopedia Asturiana. Busqué autores hasta debajo de las piedras, buenos y malos, y ellos mismos elaboraban su reseña y yo las cobraba. Eso sí que fue una buena manera de ganar pasta. Menos digna la que recibí por los libros que escribí. Libros juego. Guías de marcos incomparables y libros juego. Sólamente me dejó, Zatón, director de la colección juvenil, escribir libros juego. Ni un solo libro sin juego. En fin, uno, Samurai, lo quise reeditar en Idea, quitándole los tontos juegos, pero allí sólo se fijaron en los juegos y no entraba en ninguna colección. Que espere. Ya vendrán tiempos mejores. Y otro dinero bien ganado era con las correcciones. Raro es que hubiese un libro que no fuese una maravilla. No digamos ya novelas, como las de Jim Thompson, sino incluso colecciones científicas. Las de antropología, por ejemplo. Recuerdo algunas obras pero no el nombre de los autores. Sólo Malinowski, un diario de cuando estuvo en Tenerife. Y otro diario de otro antropólogo, de su estancia en Marruecos. En un pueblo de Marruecos. Le hacía un favor a un moro, y lo tomaban por el pito del sereno. Ya tenía que hacerle ese favor el resto de sus días. El hombre creo que enloqueció. Por eso me hacía gracia el poeta Orlando el otro día, cuando me decía:
--Me tomó como un sirviente...
Sí, y encima... no sé, nó sé... voy a callarme.
La pagoda de los poetas errantes sigue su curso. El poeta Lizundia también. Poeta de hemistiquios hegemónicos. Como cualquier vecino. Me ven entrar con una mujer en una habitación y no hace falta decir lo que piensan. Ya contaré yo la verdad de la razón dialéctica, a su tiempo, para que no sean mulos con anteojeras. Y bueno, el filósofo Victor con su reina blanca, ¿o era la negra?, sobre el tablero... También recuerdo a veces a los desparecidos, Ramón y el oyente. A veces los echo de menos. Sentimentalismo de olas del mar. Con playa con palmeras. Etcétera.

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