jueves, 15 de noviembre de 2012

apuntes con color añil

--Tú sigue portándote bien, mamón, que mañana irás al cielo.
Lo malo de mañana es que nunca llega, lo que sabía aquel de la venta: hoy no se fía...
Los chistes del pasado ponían más interesante el infierno. El cielo eran cuatro beatas y dos curas eunucos, y San Pedro aburrido esperando clientes. En El Decamerón, un religioso sabía dónde estaba el cielo y enseñó a la feligresa dónde estaba Cristo, al que había que guarecer en el cielo para recibir la gracia de Dios. No me acuerdo del final del cuento, no sé si lograron si la gracia de la civilización divina o la de la salvajada humana.
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Hay novelas que tienen aceptable estilo pero no resisten el paso del tiempo. Uno las olvida, las acaba olvidando. A veces, empero, recuerdas una escena, una situación. La lectura de La pasión de Laura (de José Rivero Vivas) iluminó en mi memoria la novela de Corín Tellado Llama a tu marido. Una historia amorosa con fondo social. El protagonista se separa de su rica mujer porque ella no pone remedio a la penosa situación de los obreros que trabajan en unas minas propiedad de la dama. El protagonista, donde el valor moral alimenta una vida próspera (constante en esta autora), es acusado de comunista (a lo que él asiente, si comunismo es querer que los obreros vivan decentemente), fenómeno que me llama la atención en una novela publicada en pleno franquismo, cuando la palabra "comunismo" estaba impregnada de pólvora y no de chicle rancio. Puede que los censores no se molestaran en leer literatura para mujeres.
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Habla Ramón en su Bosque del día de compra en el rastro. Otro que compró allí un libro --este si regateó, uno de tres euros quedó en uno-- fue Marcelino. Abrió el libro --primorosamente conservado-- y leyó:

 El hombre corriente es o un ganador o un perdedor y, dependiendo de ello, se convierte en perseguidor o en víctima. Estas dos condiciones desaparecen mientras uno no ve. Ver disipa la ilusión de la victoria, la derrota o el sufrimiento. 

Paso ahora de la compra de la goma de la olla y de Juan Pedro en el almanaque, porque la reciente entrada del bosque quemado me despertó mi drama de victorias y derrotas con las gafas. Sí, las perdí. Tenía dos y perdí las dos, una detrás de otra. Una en un festejo, la azul, y otra (negra) corrigiendo por la calle el borrador de un amigo. La negra no tiene historia. La compré porque me habían secuestrado la azul. Una chica peruana que conocí en una fiesta en San Andrés. La llevé al Puertito de Güimar. Se había quedado con la casa del novio sirviéndose de una vulgar estratagema. Primero lo denunció por Violencia de Género. Le concedieron orden de alejamiento. Entonces llamó al novio, que lo había perdonado, que fuera a visitarla esa misma noche. Seguro que era un pendejo enamorado. El hombre acudió como un corderito. Ajeno a que ella había llamado también a la policía, denunciado que el hombre estaba acercándose a la casa. Lo metieron en la cárcel.
--El cabrón se llevó las llaves de su coche... ¿Tú no sabes cómo abrir el coche?
No, ni sabía. Ni quería saber. Pude haber aprendido cuando un amigo de juventud quiso enseñarme. Gracias a Dios, no había aprendido cómo hacerlo. Por la mañana busqué las gafas.
--¿Qué gafas? Tú no tenías ningunas gafas.
Si ella decía que no tenía, es que no tenía. ¿Tú te hubieras puesto a discutir?
Pasaron meses y me compré las otras. Otra noche la volví a ver, en el mismo pueblo. Esta vez soberanamente sobrios ambos. Me dijo que las gafas azules las tenía en su mesa noche, y que todos los días las limpiaba. Si quería, podía llevarla otra vez al Puertito y me devolvía las gafas. Yo, que soy un mentiroso casi profesional, captó cuándo me estan diciendo verdad o me están metiendo un boliche.
Recuperé las gafas, pero no aguardé a la mañana siguiente para alejarme de aquella mujer que quería que le comprara una mesa de masaje para sacerle rendimiento. Aún no había leído, ni conocía a su autor, Cucarachas con Chanel.

Esto me recuerda que aún no he podido ver el último corto de la factoría Zoo Punto Cero. Dejo para otra mañana la disputa entre naturaleza y civilización --en Rojo y negro y en Justine--, y aprovecho que Clara me invitó a comer, que ya tengo nueva nevera y...

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