sábado, 10 de noviembre de 2012

desvaríos en el estanco

El cíber que hay en La Maldad es un coñazo. Está en un estanco. La silla es de pata corta, la mesa de pata larga y el teclado está a la altura de los hombros. Lo que suena en la radio es infame, y lo único que saca del marasmo es la voz de la estanquera vendiendo golosinas a los guajes. Me recuerdo de una cosa que escribí hace tiempo, y que publicó Alberto Linares, en La dama es una trampa:

El enamorado de la estanquera
escoge cinco minutos de paz
en su día de locura
y se acerca quedo a mirar
el rostro apetecido.

La intuida, ajena (a la visita
es devorada por sueños cansinos; ...
y el visitante compra
y huye de un fantasma ingerminado.

El final no lo recuerdo bien. Creo que decía que la chica no le hacía el mínimo caso. Pero no era de esto por lo que salí de casa a escribir. Sino de las relaciones entre Rojo y Negro, Justine (de Sade) y La piel suave (Trufeaut-?), cada una de esas novelas en sitios distintos de la casa. Es curioso como tres novelas, abiertas al azar y que te invitan a leerlas, hablan entre ellas como si los tres autores estuviesen juntos, narrando historias que se cruzan. Pero como este recinto no ofrece ningún recogimiento, mejor hablar de política local.

Santa Cruz se está poniendo interesante. El alcalde Bermúdez se da a valer. Puede que su alianza con el ahora vicealcalde Martín, contra viento y marea, dé frutos políticos en esta cruz de ciudad. Literarios ya los ha dado. De nombre Puerto Santo en la novela de Juan Royo y Santa Pus en Cucarachas con Chanel.   Curiosamente, en estas dos novelas (las mejores, que yo sepa, que se han recién publicado, donde Santa Cruz es algo más que un ardid oportunista del narrador) los nombres de la ciudad quedan distorsionados, uno por referencia histórica y en otro por definición más exacta de lo que hay por estas calles. La ciudad, en esta clase de novela, es el personaje principal. Los entes humanos valen lo que los piojos en una cabeza. La cabeza es lo importante. Y los únicos piojos que se salvan son los que han establecido una relación de simbiosis entre ellos y la ciudad que sufren. Dr R en Cucarachas con Chanel (realismo punto cero) y el pescador del cherne y matador del godo en Puerto Santo.

En fin, con los libros tengo una relación de amor-odio. Me han condenado a esta profesión de bellacos, oficio de campanero, en lugar de otros menesteres más nobles y más cristianos. Pero les debo tiempo de mi vida en que la lectura fue inmensa. Una pasión que no se ha extinguido pero ya uno va pa viejo.

como me estoy haciendo viejo
ya cojo por los atajos.
Cuando me sale un conejo
lo mando para el carajo.

Creo que el mejor libro no está escrito. Lo va escribiendo la vida. Lo vamos leyendo en la vida. Los días son sus páginas, las semanas sus capítulos, el infinito libro de la vida, donde todo es igual y nada es igual.

*
Feliz idea que se abriese por fin el edificio de los masones, convertido en una biblioteca, organizada por Eduardo García Rojas y Victor Roncero, uno en el ala derecha y el otro en la izquierda. Jansenista y jacobino. Y el patio, propiedad del pueblo.

Recuerdo ahora le gente amiga del barrio Salamanca en la lívida juventud. Me separé dellos porque me llamaron más en aquellos tiempos las izquierdas del barrio Duggi. La pasión discursiva de Concho, la sabiduría de Juammy, la música de Grupo Salvaje, y nueve muchachas que conocí en la playa de Masca. Primer párrafo de la estrategia del perdedor. Mi elegida me eligió pero yo no supe verlo. Y me fui con otra que me tenía atado.  Con semejante atadura veo ahora a los personajes señora Tavío y señor Martín en el cuento El día que me enamoré de Cristina T. El nombre de Martín y nacimiento del personaje, lo inspiró mi ahora desaparecido amigo Martín el Perla, pasó por Martín el crítico poeta novelista asturiano y ahora casualmente ha desembocado en este Martín de la política urbana. Nuestra ciudad merece una reflexión. Los significados límites de zonas como la avenida de la cárcel, El Castillo Negro, El Mirador de los Campitos o el Muelle Norte. Lugares de corrientes de energía que se cruzan (como en el relato de Oscar Domínguez): la salvaje del Gran Canal y la civilizada Rambla. Y esculturas dignas de cabalistas místicos, si los hubiese. Pero creo que no.

1 comentario:

el escritor escondido dijo...

Santa Cruz, como toda ciudad que se precie, es una gran novela que se lee con los pies. Hay que caminar por ella para comprenderla.- Saludos