jueves, 20 de febrero de 2014

cafetera...

Pongo la cafetera al fuego. La casa necesita un barrido. Barro, el patio, la sala... Vuelvo a la cocina. Se quemó la cafetera. Mala cosa. El asa quedó colgante de un hilo goma, lo dejas al aire, al dominio de la  ley de gravedad, y tiene el efecto péndulo. No se mueve con el compás de un péndulo, sino a lo loco. Pero no para de moverse. Creo que voy a soñar con la cafetera. El asa no deja de bailar en el aire. Parece un caballito de mar, pero como si viviese en aguas turbias de Santa Pus. 
Aquí en este edificio de La Granja, en el piso de abajo, hay la escultura de un paisano desnudo. Le vendrían bien un caldero de asa larga que se quemó el mes pasado y la cafetera. El caldero para que le echén los niños los envoltorios de los caramelos y la cafetera para que el hombre de piedra se entretenga viendo bailar al caballito. 
Ya la fogosa cafetera no hará más café. Sin asa, ¿quién la pone a trabajar? En el símbolo X, sería en este caso el centro de la letra. Y los extremos de la X: las cuatro letras de café. En un utesilio que ya sólo sirve para pieza de Museo. Duchamp no ha muerto. 

Suena el móvil. Sms. Soy yo, tiy en lis barea ni tebgi telefino si kieres pasate x aquí. Idioma de los barrios altos.¿Regreso al guanche primitivo? 

Termino una letra que escribía para dársela a Lengua Trapo y cambiarla por un plato de carne cabra, pero no logré afinarla hasta hoy. Se pasó el plazo. A la papelera.

Antes de salir de casa, vi el cuadro de Dani, el hombre que me enseñó a acotar las palabras que uno escribe al día. 
Me pareció que tenía demasiado verde hace un tiempo. Tiene el verde, veo hoy, que tiene que tener. Se lo guardo y espero que no coja humedad. 

Las clases, pocas por ahora, me están abriendo espacios de saber mágico. El ejemplar de Arde babilonia se puebla de dibujos que no están mal, y las imágenes frutos de Cucarachas caminan por un rumbo acertado. La pintura, en este tiempo, me fascina. Encuentro insospechados paisajes y sé adónde quiero llegar. La escritura, salvo estas palabras del día a día aquí y ahora, la tengo abandonada, sin crema. Pobrecita. 

Y ya me quedé sin palabras, para escribir una carta que tengo que escribir. Las que me quedan, como dijo Morgan, las reservo por si tengo que pedir socorro a medianoche.





 

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