martes, 6 de mayo de 2014

El canario cuando canta
antes rompe el alpiste
y tú me rompes el alma
con las cosas que me dices.

 
Luis, el sindicalista independentista cristiano de mi calle, pescó a la rata, por fin. 
--Era lista la cabrona.
--¡Cómo la cazaste?
Me cuenta las distintas clases de queso que empleó antes de dar con el apropiado. Le cercó el paso con pegamento. Luego le dio con un hierro en la cabeza y la rata quedó tiesa. No sufrió. 
--¿La enterraste en el jardín? El animal se lo merecía.
--Sí, con epitafio...
Esto me recuerda una idea de don Tigre. Poner los epitafios de la noche del Generador en la valla desocupada junto al Gran Canal. No sé yo. Mucho mono al acecho en la zona. Por donde hoy bajaba un viento que se entregaba a las aldelfas como yo a la lectura de Tres sombreros de copa
Este país no merece escritores como Ramallo ni pintores como Nguyen. Somos una tierra de batatas donde los margullos de la mediocridad te mean encima y te dicen que está lloviendo. En fin. Yo a lo mío. A fijarme en los colores del bar de Ibrahím. Ahora tengo idea de por dónde van las luces y las sombras, pero la esclavitud del color pide la realidad. Crisis con el color. 
Tal vez fruto de los cuadros, tristeza de jazmín, Andrógino conversando con un espíritu y Niña niño caminando hacia el vacío, que unen la época anterior con la actual, en la maestría de Nguyen, cuadros de pequeño formato, con temas antiguos pero con un tratamiento que asimila, más o menos torpemente, la nuevas enseñanzas.

Es curioso que el telón de fondo de Tres sombreros de copa sea una boda, en consonancia con... bueno, me callo. Cállate, Chitón. También hay que saber callar.
De duelos y bodas hablaremos esta tarde en La Puerta (Radio Unión Tenerife).

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