miércoles, 21 de mayo de 2014

Es de noche, no tengo nada que pensar.
El barrio se despreocupa despoblado.
Del barranco no viene el susurro del viento.
Caen los rosados dátiles de la palmera.
Camino por la cuesta del grillo.
Los insectos huyen de la tristeza.
Al otro lado de una pared que llora
gime un animal, respondo con un silbido.
Cierro la ventana, no duermo, miro los colores
inmensos en la oscuridad del mundo.
Mi cabeza da una vuelta en la almohada.

*

El alcalde Bermúdez no se pilla las manos y pasa el asunto Martín, segundo de a bordo en el Ayuntamiento, al califa de Colocación Canalla, Partido Político con un belillo y un mago aspirantes a Bruselas, si las vallas publicitarias no engañan, que seguro que sí.  

--¿Todavía estás cojo, Jesús?  --oigo a Miguel cuando doblo la calle por arriba, y lo mismo  me dijo Pedro cuando subí la escalinatas de Ibrahim. Me había medio curado. Me receté amor. ¿Amor? No me joda. Bueno, en principio fue buen remedio. Ya se sabe, el amor hace caminar a los cojos. Pero me duró poco el remedio, se me acabó la droga, esa droga que llaman amor, con efectos placenteros pero engañosos. Me vi a mí mismo. En la edad del príncipe Genghis. Un cuento de Marie Yurcenar. El príncipe llega a una edad en que se le afloja el ánimo y se retira casi de monje a una casa aislada.  La única mujer que lo amó hace lo posible por estar a su lado. Primero se hace pasar por un muchacho, pero le dice al príncipe la verdad, que es una mujer, y el príncipe peor que Cañete, a patadas la largó de la casita. La pobre mujer se disfraza otra vez de no sé qué. El viejo príncipe la admite sin saber que es una mujer. La ceguera es la continuación de la impotencia (en el cuento). Ella esta vez ni mu. Vive a su lado siempre en el fingimiento. Hasta que al viejo le llega la hora de la blanca señora. Ella le insta a contarle la historia de sus amores. Él le cuenta que estuvo con esta, con aquella, con la de más allá. 
"¿No te acuerdas de la que te ponía perfume de sándalo entre los dedos de los pies?" 
No sé si se acordaba. Murió sin que los sepamos. Tampoco lo supo la mujer que lo había amado. Enloqueció de amargura (en el cuento). 
Este cuento fue la semilla del gigoló. Ayer noche vi casi el aroma que recorre esa novela. En un cuento de Riforfo. El primero del libro que Juan José y Ricardo trajeron de Las Palmas. El tema del muñeco lo he visto en la literatura en un cuento de un alemán. Ahora no me acuerdo el título ni el nombre del autor. Y también en la obra sobre la inquisición en Canarias, de Millares, cuando quemaban en estatua a los que huían de la hoguera. Hacían un muñeco, donde ponían el nombre del reo huido, y quemaban el machango como si fuese la persona. En el cuento de Riforfo, Ricardo le pone su autonombrete a un maniquí, creo, y lo lleva a un precipicio para arriscarlo... 
Otro día a ver si hablo más del cuento de Ricardo y de los otros del libro que llegó de Las Palmas cuando Chica mala, puro fuego.

LA PUERTA. El último programa. Buf, Esto hay que contarlo en verso. Otro día.

Con Ramón hoy en La Rambla. Encuentro con Pedro. Hablamos sobre el crimen de la lápida subterránea y de un libro sobre la importancia de la mierda en la vida de las ciudades y civilizaciones...  
Se me acabaron las palabras por hoy. Hace una tarde estupenda. 

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