sábado, 1 de noviembre de 2014

días de calle

Sobre novelas y reflexiones sobre el siglo XIX, estos días de flojera somática he escrito casi medio cuaderno en casa. Demasiado para venir de relajo a Santa Cruz y ponerme en esta máquina, en la antigua General Mola, a copiar todo eso. Ya se verá. 
Días fructíferos. Quevedo y Góngora, atraídos por la obrita "Coplas de Juan Cabrón", me visitan en sueños y quieren participar en el cuaderno de Juan Cabrón. Yo los dejo. No voy a decirles que no. Bueno, a Quevedo sí que tengo que pararle un poco sus ansias invasoras. A Góngora no. A fin de cuentas, fue mejor poeta que su obsesivo criticón. El caso es que en los nuevos versos de Juan Cabrón está su música, su claridad, poemas que son manantial de fresco río, pero los contenidos son quevedescos. Qué cosas. Todo se pega.
Mientras tanto, ayer trabajando de chófer, al servicio de Ramón. Un cancamito. Un trabajo indigno como cualquier otro. Pero las perritas ganadas, apagan toda indignidad. 
Ramón hace un reportaje fotográfico desde el 4x4 mientras yo lo hago circular por los puentes de la ciudad. Ninguno ya maravilloso. Todos han perdido su ser. Se han quedado en un simple estar, por mucho que diga Marcelino sobre la magia del puente Serrador los días de mercado a media mañana. Donde hubo, algo queda; pero no es suficiente.
De camino, el artista Ramón Herar hace fotos de las plataformas de la polémica. Si yo fuese propagandista anti prospecciones, usaría esas plataformas que adornan los muelles de Santa Cruz. Ni con purpurina, pasan esos trastos la ITV. Así que me hizo gracia una propaganda de ese tenor que hizo la tele autónoma. Se veían las que están en Las Palma, impecables, de una belleza especial que las hacía tremendamente atractivas. Si no supiese cómo funciona la política, me hubiese sorprendido. Pero ya está uno curado de espanto.
*

Dos noches con Juan Royo fueron fuente de salud y poder. La primera, en un restaurante de lujo, con clientes de la alta burguesía y aristócratas alemanes. 
Me pasa copia de su novela Es mejor improvisar, de próxima aparición en la meritoria colección G21. 
Juan es un novelista que ya ha demostrado su valor. Es un novelista de respeto, de gran respeto. Así que cuando me acuesto, ya solo en casa, donde ninguna hembra me da calor (Lucas es macho), me meto en las páginas con la certeza de que voy a leer algo que vale la pena. Y a medida que leo, veo que me equivoco. Mucho más que valer la pena. Es una novela maravillosa. Aportará a la colección de Anghel Morales un pilar necesario desde que apareció Cucarachas con Chanel. Dos novelas clave si queremos exportar lo que hacemos aquí. Si no nos moviésemos chupando pollas (o coños) y besando culos. Llenando con genéricos el espacio público y arrinconando al genio. Pero al margen de políticas y corruptelas culturales, cuando se publique la nueva novela de Juan, la colección contará con una viga maestra. Cucarachas con Chanel marcada por el 3 y Es mejor improvisar por el 2, en una visión cabalística. Pero me sujeto los dedos. Cuando se convierta en libro, celebraremos el acontecimiento. Y hablaremos. 

--Podrías hacer una novela de la playa de Los Trabucos. El niño troglodita. 
Paso por alto la ironía de Juan. Pienso en esa playa que ya no es nada. 
Recuerdo que eran cinco cuevas, tres servían de dormitorios; otra más pequeña, de cocina, y otra de despensa. Formaban un semicírculo que daba a un patio, con una línea recta enfrente que marcaba la ladera de la montaña. Desde allí, la ladera de tierra canela se deslizaba mansamente hasta la playa. Arena negra. Acogedora. 
Recuerdo las piedras del fogón, el fuego, el caldero, las cenizas... las latas de leche condensada que servían de recipientes para beber vino, o la leche del desayuno... El vino nunca faltaba. 
Yo no tenía conciencia de padre ni madre. Mi conciencia era la tribu. Una vida plena, ni un momento vacío, ni una hora de infelicidad. Pienso que tuvo que haber preocupaciones, pero yo no las sentí. O no las recuerdo. Recuerdo que José, cuñado de mi tío Manuel, hizo un carrito con forma de coche. Me llevaba a mí montado hasta San Andrés, por la antigua carretera, y en el chorro de la muralla llenaba garrafas de agua. En invierno corría agua por el barranco de Jagua. El agua potable estaba cerca. (Si no, había que irla a buscar a San Andrés.) Y el agua del mar. En la playa, en medio de la arena, semicubiertas en marea llena, unas rocas aplanadas eran un lugar de condumio. Me hartaba de lapas crudas. 
Por la noche, me dormía mirando un almanaque de fraile, de esos en que el machanguito mueve un palo y vaticina el tiempo. Y oía historias de Cabeza Perro o de un fantasma. Un fantasma vestido de blanco que algunas noches bajaba de las cumbres y recorría los cercanos caminos de las montañas que rodeaban las cuevas. La principal montaña, en mi conciencia, era la que mete su hocico en el mar (entonces, porque ya el mar no llega allí), con un hueco en lo alto que a mí me parecía el ojo de un monstruo. Esa montaña, con ese ojo, hubo un día que me dio miedo. Dejé de mirarla y se me quitó el miedo.

Esto y poco más es lo que puedo escribir. No da para una novela. No soy Proust. 

La siguiente noche con Juan, fue en el Ekade. Oímos, entre el becerreo maleducado de parte del público, a la cantante Cristina Fernández, de Puerto de Santa María, Cádiz. Juan le dio un notable. Yo, un aprobado. Está demasiado atada al solfeo. Y cantó un bolero pero no me hizo llorar. Casi la suspendo. 
Añoré a Esther Ovejero. Juan y yo estamos enamorados de la cantante salvaje. Pero yo la besé una noche y él no. Tengo esa ventaja. Qué boca la de una mujer en que la palabra se hace carne. Por muy vegana que sea.
De todos modos me gustó, a pesar del bolero, Cristina. Tiene cualidades. Unas bonitas nalgas, etc. 
*
Ramón hace una foto de algo (no diré nada concreto hasta que se publique) que sale en la novela de Juan. La foto es muy buena. El algo es significativo en la obra. Pero no lo veo como portada. Mi criterio, que a fin de cuenta está más afinado y es mejor que el de otros muchos, dice que no es esa foto el motivo de la óptima portada...

Ramón me habla de otra nueva novela que se acerca. De Antonio Charlín. Dice que aparecemos Eduardo García Rojas y yo. Un honor estar donde Eduardo. Me cuenta cómo sale Eduardo. No sabe cómo salgo yo. Es igual, la cosa es salir. Salir o entrar, yo qué sé. En fin, otra novela que me siento a esperar.   

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