viernes, 5 de diciembre de 2014

ayer noche

Ayer jueves en la charla sobre Pedro Víctor Debrigode. Roberto al final me pasó un librito de este autor, publicado por El Vigía. Qué bien escribía este hombre. Los que van de exquisitos, hablan de autores que hacen churros. Ellos lo dicen con desprecio. El ignorante suele despreciar lo que ignora. 
Ya me hubiera gustado a mí ser un autor de novelas de kioscos. Hubo un tiempo lejano en que quise serlo. Imaginé una mesa con cinco o seis máquinas de escribir, cada una para un género. Y en la última máquina, novela intelectual. Es decir, poner tonterías pretenciosas una detrás de otra, sólo para descansar de la disciplina que supone escribir pensando en el lector. Cosa que no es de ayer mismo sino de mucho tiempo atrás. El Quijote fue una novela de consumo popular. El que sabía leer, lo hacía en voz alta rodeado de oyentes. Bueno, perdonemos al manco que escribiese pensando en el lector. No todo el mundo puede tener altura intelectual, como yo mismo en la máquina de novela de altos vuelos. 
Luego pasamos un rato escribiendo en el aire, en una mesita con dos rones, al aire libre. Eduardo, Marcelino y yo. Qué historias contamos, dios mío. Creo que Eduardo, cuando se canse de comentar libros, va a escribir una novela, pensando en el lector, no todo es perfecto. Mientras tanto, escribir en el aire. No sé si estuvimos colaborando a enriquecer la contaminación atmosférica. Seguramente sí. Qué historias. Todas contaminantes. Todas de gusto común. 
Como sigamos así, los que vuelan altos, los que se dicen elegidos de la alta literatura, nos harán el vacío. Y nosotros a ellos, no te jode.  

No hay comentarios: