jueves, 18 de diciembre de 2014

dos sueños y un milagro

Dos sueños.

El primero en la temprana madrugada. Yo me casaba con... ella. Bueno, nos íbamos a casar. Sería en su pueblo. El viaje a su pueblo era largo. En el camino, conocimiento sexual. Yo nada de cojera, óptima naturaleza, somática, espiritual y anímica. Ella repudió alguna práctica animal mía; no me importó. Incluso sin animaladas, yacernos estaba muy bien. Ninguna queja. Al contrario. Un sueño tan físico que daba gusto. Hasta que me despertó algo. Seguramente lo que Lucas ve en la oscuridad.
Yo no sé lo que fue. El sueño quedó flotando en el aire seco. Adiós humedad. Por lo menos en el cuarto de dormir. Lucas al otro lado de la puerta. Y yo con ganas de abrir la puerta. 

En la alta madrugada otro sueño. Este más etéreo. Quizá más simbólico. Recuerdo una escena. Yo miraba a distintos individuos dentro de una habitación, todos con cara de bobos, y todos eran yo. Yo estaba encarnado en cada uno de aquellos bobos. Y es curioso, yo no era el que miraba. El que miraba la escena era otro. Era Dios. Me alegré saberme en la mirada de Dios.

Y por lo demás, aletargado casi todo el día. Echado en el sillón de abajo, con el gato Lucas entre las piernas. Salvo cuando tocó Hilario. Venía a arreglar, cepillar, la puerta. Hilario, el hombre que cuenta historias reales como si fuesen mentiras, y sabe sus oficios. Dejó la puerta muy bien. Respiré tan hondo que casi me atraganto con el aire. Volví a echarme en el sillón. Soñaba que una alfombra voladora me llevaba a su pueblo, donde ella me estaba esperando para la boda.

Y hace un rato, en la esquina de La Paz por debajo del cíber de las tres dependientas, un milagro. El milagro fue para mí. Me lo reservo. 

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