lunes, 15 de diciembre de 2014

Las lunas

El chofer de la 904 le iba explicando a una señora cómo mataban a los animales. Me recordó el poema de la página 67 de Las Lunas (José Marrero y Castro, edición Aguere Idea), el que fuimos a la presentación el viernes pasado.

LUNA DEL MORIBUNDO

Perdida la conciencia de los días
en esta habitación inhabitada
van pasando los velos
delante de mis ojos

quiero volver
al borde de la vida

a musitar bajito
una canción alegre

pero la luna urgente de la muerte
solo alumbra mi pedazo de noche
que se extingue.


El rancho ayer en Tacoronte me calentó el alma poética. Por la noche leí el libro de Pepe Marrero. 
La poesía es conocimiento. En este libro he sabido de las lunas lo que antes desconocía. He sabido que cada luna tiene voz, tiene un idioma, tiene vida propia, y pensamiento, y habla. 
Hay muchas lunas en esa que vemos. Y todas son diferentes. Cada una refleja sobre la tierra y sus ciudades su saber y su sentir. Y las ciudades lo reflejan, lo contagian, a sus habitantes. La vida (el pensamiento, el idioma) de la luna supera a la ciudad. El de la ciudad supera al hombre. El hombre, fruto de la ciudad y de la luna, conoce al hombre, a sí mismo, cuando habla con la ciudad y habla con la luna. El poeta Pepe Marrero nos enseña a hacerlo.
Nada que ver con la copla de Yupanqui

de tanto mirar la luna
ya nada sabes mirar,
eres como un pobre ciego
que no sabe adonde va.

Pepe Marrero no sólo ha mirado la luna, sino que ha hablado con ella. Con ellas. Cada una le ha trasmitido un secreto. El poeta se libera de los secretos contándolos. O mejor dicho, deja que la luna lo cuente. Es la luna quien habla. Hablan las lunas. El poeta traduce. 
44 lunas componen el libro, repartidas en cuatro zonas. Lunas naturales, Lunas de viajes, Lunas interiores, y Lunas personales. 
No he contado las lunas que han gozado, o sufrido, la acción animal. Y las que el animal sintió sagradas, intocables. 

La caja de Pandora es una imagen fuerte en el libro. Es el arcón donde, en la luna del viajero clandestino, el hombre guarda los recuerdos que no le dice ni a la luna. Como si no los supiese. 
Hay poemas en que Pepe Marrero, hombre prudente, esconde en la música del verbo el secreto. Como el pirata el tesoro. Recuerdo lo que me contó Ramón sobre una cueva en la montaña de Los Cristianos. Se creía que allí había un tesoro escondido. Encontrarlo significa pagar un caro tributo. 
El tesoro verbal es conocer.
Conocer no es cualquier cosa. Es --plagio una estrofa del libro-- una tormenta que devora la calma, a la vez que circunda el envés de un abrazo.

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