miércoles, 5 de julio de 2017

el árbol de la plazoleta

EL flamboyán de la plazoleta me vio crecer. Ya no lo sé, pero entonces la hojas tenían una textura encantadora. Lo contrario que un sauce que conocí años después. El sauce fue amable conmigo pero las hojas eran pegajosas.  Bueno, Pepe. Recuerdos. Se pone uno a recordar y no termina. Mi vida es una novela, decían las mujeres del tiempo en el que me admiraban las hojas del flamboyán. Cerca de este arbusto nos sentábamos de noche los chiquillos y nos poníamos a inventar canciones satíricas.

seña Petra se cayó
en un hollo oscuro.
Ceferino la vio
y...

Aprendíamos que el sexo, el juego y la palabra eran tres cabezas del mismo animal. El sexo a escondidas, el juego a la vista de todos, y la palabra en todas partes. Públicas y escondidas. Las públicas eran meterse con Ceferino. Las escondidas eran contar las historias del cura y de la iglesia.

Al que era de dentro y cantaba cosas de fuera le tiraban tomates. Me acuerdo que los veranos había circo o escenario en la plazoleta. El del escenario solía invitar a que subiera gente y cantara. Una vez salió el rubio y lo hundieron a tomatazos. No el rubio del otro día, aventurero y seductor. El que te digo ya no vive. Se fue de este mundo. Más tarde le dio por la soledad y escribía poemas. Yo tuve varios en papel, con su letra. No estaban mal. No eran ripios.

Poesía, palabra fea en nuestros lares.

Otra vez, esta vez era el circo de Bandoneón (?), al aire libre, en la parte de la plazoleta donde hoy está el kiosco de golosinas, revistas y periódicos. Primero cantó el cantante del circo. Yo soy un viejo verde. Luego salió el payaso y me invitó  a participar. Participé. Tuve éxito. Durante un tiempo me llamaron el ayudante del payaso. A mí no me gustaba ser payaso. Yo quería ser jugador de fútbol. Tardé tiempo en darme cuenta que no estaba hecho para un balón de oro. Como portero o central era bueno. Tan bueno que me dio reparos ser tan bueno y me retiré.
Tiempos aquellos. El alimento llegaba del monte y del mar.

Y un verano se asentó en el pueblo una artista. Pintora. Ponía el caballete al aire libre y una modelo, una niña, sentada. Con una cesta de mimbre sobre las rodillas. La niña del cuadro era tan bella como la real. Una vez estaba hablando con la pintora. sentado en la casa donde se alojaba, la pintora y yo solos, hablando los dos, y una vecina en+tró de repente y me sacó de mala manera. No sé qué pensó la vecina.
Yo viéndola pintar quise ser pintor nada más. Y le preguntaba qué tenía uno que hacer para ser pintor, cuando entró la otra mujer, la del pueblo, como una furia, como si yo estuviese allí dentro cometiendo un pecado mortal.

Me jodió porque en ese momento la pintora estaba a punto de decirme el secreto de su arte. Se alojaba en una casa que había frente al flamboyán. La casa la derribaron y sobre el solar levantó otra de más lujo la mujer que vive allí ahora. Dijeron que ésta es quien envenena el flamboyán. Dicen que porque le molestan  las hojas. No sé, puede ser. Sé que hasta le molesta el canto de los pájaros y que se siente rodeada de chusma enemiga, y tiene ganas de  irse del pueblo pero no se va.

No sé por qué me intriga esta vecina. Conmigo siempre ha sido amable, su tema de conversación conmigo era los enemigos que la rodeaban en la plazoleta y en todo el pueblo y las ganas de marcharse de San Andrés. Quizás es una persona que necesita tener enemigos para sentirse viva. Quién no. ¿Quién no necesita enemigos? Si no los tenemos, los inventamos.

Lo malo de esta teoría es que si los enemigos son un invento, entonces los aliados también. Soledad cósmica, Pepe.
Una vez esta mujer me dijo que moviese la antena del televisor en su casa, porque estaba mal orientada. No subí. Le di largas y tuvo que llamar a otro. No quise ser su aliado. Si no, hubiese subido a su casa y orientado la antena.

Bueno, viejo amigo. La tierra sigue girando y acaba de salir el sol.


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