domingo, 7 de enero de 2018

cuento sin cuento

Hola, Pepe:

espero que al recibo de esta carta te encuentres bien y en buena compañía, y sin prisa pero sin pausa prepares ese viaje a otra parte del mundo. Roger llama a esto Islas Afortunadas. Bueno, si él lo dice. Afortunado fui yo la otra noche con los animales, la noche de los siete dedos de transparencia. (y ahora mientras te escribo recuerdo los siete vestidos de María Cahína). Me tuve que ir porque ya sabes que después de cierta hora se me desaparece la máscara de belleza y vuelvo a ser quien soy normalmente. Y no te pongas elogioso, que es peor y me dan más ganas de llorar. Llorar porque ninguna de las dos mujeres que hay en esta isla que yo amo más que a mí mismo, lo cual no es difícil, ninguna me ama a mí con amor completo. Y bueno, ya sabes que una no sabemos dónde está, no sé si ha sacudido con sus pies el fango y ha volado como ella quería o sigue atrapada en el imperio de la Ley. La otra, ya sabes, vive una vida más corriente. No es Gallo de Tierra sino Tigre de Madera, más sobria pero no menos ambiciosa, como tú, o como lo fui yo en un tiempo. Ahora no lo soy porque no he hecho el sacrificio. Tú sabes que por lograr algo valioso hay que hacer un sacrificio. Igualmente, para cicatrizar un error. Dicen que el error de este país fue no dejar entrar a Nelson y dejar salir a Franco. Mi error grave fue no luchar como un hombre. Y no sé cuál es el sacrificio ni si soy capaz de hacerlo. No el sacrificio de Mishima haciéndose el sepuku o como se llame. Andar jugando con armas blancas no es mi estilo. Pasar hambre como Cristo en el desierto, tampoco. Tirarme por un precipicio como el mencey, tampoco. Cortar con todo el mundo y no tratar sino con lo mínimo necesario, eso sí puede ser. Lo sentí ayer en casa de la Dama del Puchero. Es una mujer que me quiere bien. Y cocina muy bien. Roger dijo de ella que la recuerda como un castaño en flor. A su marido lo conoces. A su yerno no. A los nietos y a la madre, Mora, tampoco los conoces. Me abrió la puerta de la casa el yerno. Ni saludó. Él y el Patriarca montaban una goleta de juguete, y el niño. El niño sí me saludó. Y la Dama del Puchero. Con alegría de verme, la verdad, lo cual se agradece. En la mesa del comedor, a la hora de los regalos... Mira, Pepe, no te voy a contar más nada. Es un simple vodevil, un cuento que no vale la pena hacer si no lo haces como Pepe Monagas. Si no aciertas con el sexo de la planta. Y ya sabes que me equivoqué, era macho y yo dije, convencido, que era hembra. Más grato fue el viaje en guagua. Ya sé que lo leíste en facebook. Bueno, no fueron todas las paradas. Exageré.
Cuídate y dale abrazos a los las animales.

Chito

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