sábado, 20 de febrero de 2021

casa abandonada

 Estaba durmiendo en el sillón. Soñé que me despertaba. El aire era espeso y me movía con dificultad. Le di al interruptor para encender la luz de la sala, no se encendió. Se había ido la luz. Bajé y subí la palanca, que es lo que suelo hacer. Nada. Tendré que acostumbrarme a vivir en la oscuridad, pensé. 

Tardé en saber que aún estaba durmiendo. Y varias veces lo mismo, me despertaba y lo mismo. Hasta que desperté de verdad. Me costó pero hice un esfuerzo y lo logré. Me alegró ver la luz del sol en la ventana. Y las bombillas seguían funcionando. 

Un recuerdo afloró en mi memoria. Hace muchos años, en Asturias. Roxana me dijo que sabía de una casa cuyos dueños la habían abandonado, huyeron y dejaron la casa sola. Ella sabía el lugar en que estaba. En las afueras de un pueblo. Más que casa era un palacio. Entramos al prado que la rodeaba por una grieta del muro que la separaba del exterior. Sobre el prado diversos coches antiguos, de lujo, ya marcados por la acción del tiempo. Dentro de la casa, en el piso de arriba, una biblioteca con numerosos libros tirados por el suelo, y una cinta de película, 8 mm, y un proyector. Se hizo de noche y nos llevamos la cinta y el proyector. Ella consiguió que funcionara, la ayudó un amigo. Me avisó para que fuese a ver la película. Una sirvienta hacía la comida  en una plateada cocina de carbón, otra tendía la ropa, y una niña que parecía ser hija de los dueños jugaba con el jardinero, y el jardinero jugaba con ella.

No volví más a esa casa, ni siquiera a curiosear los libros desparramados en la biblioteca. Roxana me dijo que guardara yo la cinta y el proyector. No quise. Los hubiera perdido. Todo lo pierdo. 

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