martes, 2 de febrero de 2021

naderías

 Los recuerdos son como cuentas de un rosario; cada una tiene su peculiaridad: la de cuando hicimos el idiota, cuando fuimos sentimentales, cuando fuimos valientes, cuando cobardes...

Todos pesan. Unos porque nos hacen sentir la vergüenza de la equivocación, otros el peso de la nostalgia...

Quizá por eso aquel indio ahora tan célebre aseguraba que el principal requisito para tener poder (el poder del conocimiento y de la libertad) hay que borrar la historia personal, que es la forma de borrar la importancia personal. Por eso quien habla bien de uno, acertado o no, estorba esa intención, y quien habla mal, si no te afecta por lo idiota que eres, la favorece.

Si un albañil hace un buena obra, hablemos de su obra y no del albañil. Si un escritor hace un buen libro, hablemos del libro y no del escritor. Hablar bien de alguien es ofenderlo y ponerle zancadillas.

Hoy algunos se han hecho eco de Chejov. Una de sus virtudes es que escribe lo que hacen y dicen sus personajes, sin hacer ningún juicio personal.

Si el vecino Carlos, el esposo de la mujer danzante, me trajo ayer una una salvia que me sentó bien, eso no quiere decir que Carlos es una buena persona, ni mala, sino que la salvia me sentó bien.

Si mi hermana me trajo ayer una botella de vino... ídem.

Si un amigo se enfada por lo que cito en mis escritos... ídem.

No tener juicios de valor ni pensamientos parásitos te libera de la carga de ese rosario de recuerdos, y de actos del presente.

Gracias a la salvia, al caldo, al vino... estoy mejor. Hasta ahí puedo llegar. Lo demás, las personas causantes, son... nada. 

No tener nada que agradecer es no tener nada que reprochar, ni tener la necesidad de que te agradezcan ni el disgusto de que te reprochen. Un día agradable lo pasas en cualquier sitio; un día desapacible te incita a buscar donde refugiarte. Ambos te benefician, uno por el descanso y el otro, el incómodo, por que te obliga a buscar una solución. Con quienes te rodean, y contigo mismo, pasa lo mismo.


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