sábado, 25 de septiembre de 2021

Un sueño:

 Era por la tarde y las luces no estaban encendidas. Nicolás estaba en casa y la puerta abierta. Entraron una mujer menuda, muy amable, y dos familiares suyos. Primos o algo así. Jóvenes. Pidieron ir al baño a mear. Fueron. Uno primero y otro después. Se demoraron dentro de la casa y yo con ganas de que se fueran. La mujer pequeña se demoró un poco más. (Lástima no saber describir su vestido: de tela lisa, blancuzca poblada de pequeños lunares o rayas negras, ajustado al cuerpo menos por la parte de los muslos). Me resultaba agradable su cordial conversación. Cuando se fue vi que en el chaplón de dentro de la casa, el principio de la escalera, estaban sentados el gomero y el flaco (dos  bolicheros que a veces andan al acecho, "para ver si pueden robar", según Nicolás). Los eché de allí. ¿Qué permiso habían pedido para entrar? Ninguno. A la calle. Cuando fui a cerrar la puerta, vi que la parte de la cerradura estaba destrozada. Donde había estado la cerradura, había ahora un boquete. Me puse como una furia, entre la amargura a la rabia. La rabia, aunque la expresaba en voz alta contra la mala suerte, la jodienda de la vida, no la expresaba directamente contra Nico, a quien en mi fuero interno hacía culpable (él, siempre tan atento a la puerta y al gomero y no advirtió que yo estaba allí*

Luego entró Jely. Eso me alegró. Jely fue otra cosa. Mientras yo buscaba la pata de cabra (la encontré, era para usarla como taramela en la puerta) ella limpiaba la parte arriba de la casa y el patio. Nicolás era sólo una sombra. Y mi conciencia estaba tullida. No podía apreciar nada con desenvoltura. Sólo a Jely limpiando y a la mujer pequeña en la sala, muda, tan asombrada como yo. 

*Puse yo estaba allí. Lapsus freudiano. Por no advirtió que el gomero estaba allí. Quizá Freud tenía razón y los personajes de un sueño (por lo menos de algunos) son reflejos de uno mismo, los amables (aquello que reflejan la parte que uno acepta de uno mismo=, y los que rechazas, lo que reflejan lo que uno no quiere ver en uno mismo. En la realidad es igual. Rechazas a quien no soportas porque refleja la parte de ti que no soportas. Puede ser que sea así. El lapsus lo delata.


***

Cuando, ya despierto, voy a Ibrahim a despejar la cabeza, la mujer que baila abre la puerta de su casa para salir.

--¿Qué tal? --me pregunta.

--Ahí vamos --le digo.

--Ahí vamos todos --dice. Como si hubiera interpretado la contesta como que vamos hacia la muerte. Sí, ahí vamos todos.

*

La visita real, hace un momento, más agradable que la del sueño. Tres colegas del barrio.

--Vamos a coger un poco fresco, mijo.

--Tienes a tu cuñado esperando.


Y se van. Vinieron del barrio negro. Se rige por sus propias leyes. La generosidad no es un canto sino un hecho. 

 "Daña más dos horas de televisión que...", decía Roger en Asturias. Allí nos metíamos en un sótano --está en Vertical-- con un montón de cuartos privados. Me recuerda El Farolito, la catedral del mezcal del Cónsul bajo el volcán. El volcán de Cuernavaca. 

*

Hoy bajé a Santa Cruz a desbloquear el móvil. Al final lo tenía Ramón. Me lo trajo. No cogió las llamadas porque en el numero que yo tenía había una errata. En lugar de un 0 era un 6 el cuarto número. Equivocas un número y estás perdido. Una fábula de la vida. 

Grato el rato aquí con el Topo, el Delfín y el Jirafa. Buena gente. Hablamos de los viejos tiempos y de los tiempo de  ahora. Ya se marcharon. Voy a cenar. 

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