La polla ya no acude a la trinchera,
no puede penetrar, como piedra de catapulta,
la fortaleza asediada.
No son despiadados los dioses,
aún puedo acariciar
y ponerme de rodillas y posar los labios
en el cubil de la paloma.
Eso si el cuerpo no está desabrido
o se ha excedido en digerir la sal,
convertido en estatua, con la mirada
en la ciudad lejana.
Viene la tormenta, hay que guarecerse.
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